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viernes, 8 de diciembre de 2017

Capítulo 30 - TROYA


Troya o Ilión (en griego —Ilios— y en turco Truva) es una antigua ciudad anatolia situada en el emplazamiento hoy conocido como la colina de Hisarlik (en turco '[colina] dotada de fortaleza'). ​ La palabra Wilusa, según los estudios de Frank Starke​ en 1997, de J. David Hawkins​ en 1998 y de W. D. Niemeier en 1999, era la denominación usada en hitita para la ciudad de Troya.
En ella se desarrolló la mítica guerra de Troya. Esta célebre guerra fue descrita, en parte, en la Ilíada, un poema épico de la Antigua Grecia atribuido a Homero, quien lo compondría, según la mayoría de la crítica, en el siglo viii a. C. Homero también hace referencia a Troya en la Odisea. La leyenda fue completada por otros autores griegos y romanos, como Virgilio en la Eneida.
La Troya histórica estuvo habitada desde principios del tercer milenio a. C. Está situada en la actual provincia turca de Çanakkale, junto al estrecho de los Dardanelos, entre los ríos Escamandro (o Janto) y Simois y ocupa una posición estratégica en el acceso al mar Negro. En su entorno se encuentra la cordillera del Ida y frente a sus costas se divisa la cercana isla de Ténedos. Las especiales condiciones del estrecho de los Dardanelos, en el que hay una corriente constante desde el mar de Mármara hacia el mar Egeo y donde suele soplar un viento del nordeste durante la estación de mayo a octubre, hace suponer que los barcos que en la Antigüedad pretendían atravesar el estrecho debían esperar a menudo condiciones más favorables durante largas temporadas en el puerto de Troya.
Tras siglos de olvido, las ruinas de Troya fueron descubiertas en las excavaciones realizadas en 1871 por Heinrich Schliemann, tras unas prospecciones iniciales realizadas a partir de 1863 por Frank Calvert. En 1998, el sitio arqueológico de Troya fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, ​ afirmando que:
Tiene una inmensa importancia para el entendimiento de la evolución de la civilización europea en un estado básico de sus primeras etapas. Es, además, de una excepcional importancia cultural por la profunda influencia de la Ilíada de Homero en las artes creativas durante más de dos milenios.
Según la mitología griega, la familia real troyana fue iniciada por la pléyade Electra y Zeus, padres de Dárdano. Este cruzó hasta Asia Menor desde la isla de Samotracia, donde conoció a Teucro, que lo trató con respeto. Dárdano se casó con Batiea, hija de Teucro y fundó Dardania, posteriormente gobernada por Eneas. Tras la muerte de Dárdano, el reino pasó a su nieto Tros. Zeus raptó a uno de sus hijos, llamado Ganimedes, a causa de su gran belleza, para convertirlo en copero de los dioses. Ilo, otro hijo de Tros, fundó la ciudad de Ilión y pidió a Zeus una señal. Casualmente encontró una estatua conocida como Paladio, que había caído del cielo. Un oráculo decía que mientras el Paladio permaneciera en la ciudad, esta sería inexpugnable. Luego Ilo construyó el templo de Atenea en su ciudad, en el mismo lugar donde había caído.
Los habitantes de Troya son denominados teucros, mientras Troya e Ilión son los dos nombres por los que se conocía la ciudad; por tanto Teucro, Tros e Ilo eran considerados sus fundadores epónimos. Los romanos relacionaron el nombre de Ilión con el de Iulo (en latín Iulus), hijo de Eneas y antepasado mítico de la gens Iulia o Iulii, a la que pertenecía Julio César.
Los dioses Poseidón y Apolo construyeron los muros y fortificaciones alrededor de Troya para Laomedonte, hijo de Ilo. ​ Cuando Laomedonte se negó a pagarles el salario convenido, Poseidón inundó la tierra y envió un monstruo marino que provocó estragos en la zona. Como condición para que cesaran los males sobre la ciudad, un oráculo demandó el sacrificio de Hesíone, hija del rey, para ser devorada por el monstruo, así que fue encadenada a una roca del litoral. ​ Heracles, que había llegado a Troya, rompió las cadenas de Hesíone e hizo un pacto con Laomedonte: a cambio de las yeguas divinas que Zeus había entregado a Tros, abuelo de Laomedonte, en compensación por el rapto de Ganimedes, Heracles liberaría la ciudad del monstruo. Los troyanos y Atenea construyeron un muro que debía servir como refugio a Heracles. ​ Cuando el monstruo alcanzó la obra defensiva, abrió sus enormes mandíbulas, y Heracles se arrojó armado en las fauces del monstruo. Después de tres días en su vientre causando destrozos, salió victorioso y completamente calvo. ​
Muros de la ciudad de Troya

En otras versiones, el enfrentamiento con el monstruo se situaba dentro del camino de ida de la expedición de los argonautas, y el modo en que Heracles mataba al monstruo era arrojándole una roca en el cuello.
Pero Laomedonte no cumplió su parte del pacto, sustituyendo dos de las yeguas inmortales por dos yeguas ordinarias y como represalia Heracles, encolerizado, le amenazó con atacar Troya y embarcó de vuelta a Grecia. Pasados unos años, encabezó una expedición de castigo de dieciocho naves, después de reclutar en Tirinto un ejército de voluntarios entre los que se encontraban Yolao, Telamón, Peleo, el argivo Ecles hijo de Antífates, y Deímaco el beocio. Telamón tuvo una actuación destacada en el asedio de la ciudad al abrir brecha en las murallas de Troya y entrar el primero. Capturada Troya, Heracles mató a Laomedonte y a sus hijos, excepto al joven Podarces.
Hesíone fue entregada a Telamón como recompensa y se le permitió llevarse a uno cualquiera de los prisioneros. Ella eligió a su hermano Podarces y Heracles dispuso que antes debía hacerse esclavo y luego ser rescatado por ella. Hesíone se quitó el velo de oro de la cabeza y lo dio como rescate. Esto le valió a Podarces el nombre de Príamo que significa «rescatado». Después de haber quemado la ciudad y devastado los alrededores, Heracles se alejó de la Tróade con Glaucia, hija del dios-río Escamandro, y dejó a Príamo como rey de Troya, en virtud de su sentido de la justicia, pues fue el único de los hijos de Laomedonte que se opuso a su padre y le aconsejó que entregara las yeguas a Heracles.
Heracles a punto de matar a Laomedonte, frasco de terra sigillata de la Galia, final del siglo I – principio del siglo II.


En la mitología griega, la guerra de Troya fue un conflicto bélico en el que se enfrentaron una coalición de ejércitos aqueos contra la ciudad de Troya (también llamada Ilión y ubicada en Asia Menor) y sus aliados. Según Homero, se trataría de una expedición de castigo por parte de los aqueos, cuyo casus belli habría sido el rapto (o fuga) de Helena de Esparta por el príncipe Paris de Troya.
Esta guerra es uno de los ejes centrales de la épica grecolatina y fue narrada en un ciclo de poemas épicos de los que solo dos han llegado intactos a la actualidad, la Ilíada y la Odisea, ambas obras atribuidas a Homero. La Ilíada describe un episodio de esta guerra, y la Odisea narra el viaje de vuelta a casa de Odiseo, uno de los líderes griegos. Otras partes de la historia y versiones diferentes fueron elaboradas por poetas griegos y romanos posteriores.
Los antiguos griegos creían que los hechos que Homero relató eran ciertos. Creían que esta guerra había tenido lugar en los siglos siglo XIII a. C. o siglo XII a. C., y que Troya estaba situada cerca del estrecho de los Dardanelos en el noroeste de la península de Anatolia (actual Turquía). Por ejemplo, el historiador Heródoto no solo consideraba segura la guerra, sino que además para él fue la causa originaria de las enemistades entre persas y griegos. ​ En tiempos modernos, tanto la guerra como la ciudad eran consideradas mitológicas.
Pero en 1870 el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann excavó la colina de Hisarlik, donde creía que estaba la ciudad de Troya, y halló los restos de la antigua ciudad de Nueva Ilión, bajo la cual halló otras ruinas, y debajo de estas, otras más. Cada una de estas ruinas daba lugar a los restos de distintas ciudades que parecían haber sido habitadas en épocas distintas. Schliemann pretendía hallar la Troya homérica pero, en el curso de los años, él y sus colaboradores hallaron siete ciudades sepultadas y más tarde otras tres. Sin embargo, quedaba por decidir cuál de estas diez ciudades era la Troya de Homero. Estaba claro que la capa más profunda, Troya I, era la prehistórica, la más antigua, tan antigua que sus habitantes aún no conocían el empleo del metal, y que la capa más a flor de tierra, Troya IX, tenía que ser la más reciente.
Algunos historiadores creen que Troya VI o Troya VII deben identificarse con la ciudad homérica, porque las anteriores son pequeñas y las posteriores son asentamientos griegos y romanos. Otros historiadores opinan que los relatos de Homero son una fusión de historias de asedios y expediciones de los griegos de la Edad del Bronce o del periodo micénico, y no describen hechos reales. Los que piensan que los poemas épicos de la guerra de Troya derivan de algún conflicto real lo fechan entre 1300 a. C.-1100 a. C. 
El juicio de Paris es una historia de la mitología griega en la cual se encuentra el origen mítico de la guerra de Troya. Paris es el príncipe troyano que raptó a Helena.
Zeus se convierte en rey de los dioses tras destronar a su padre Crono; Crono a su vez había destronado a su padre Urano. Zeus escucha una profecía en que él a su vez será destronado por uno de sus hijos. Otra profecía dice que un hijo de la ninfa Tetis sería más grande que su padre. Posiblemente por alguna de estas razones, Tetis se casó por orden de Zeus con un mortal, el rey Peleo. Peleo y Tetis tuvieron un hijo llamado Aquiles quien, según otra profecía, moriría joven en Troya. Con la esperanza de protegerle, cuando era un niño su madre lo bañó en la laguna Estigia, haciéndolo invulnerable excepto en el talón, por donde lo sujetó.
Todos los dioses fueron invitados a la boda de Peleo y Tetis, excepto Eris. Ésta se presentó de improviso en la boda y dejó sobre la mesa una manzana de oro en la que estaba inscrita la palabra kallisti (‘para la más hermosa’). La manzana fue reclamada por Hera, Atenea y Afrodita. Zeus resolvió el asunto nombrando árbitro a Paris, un príncipe de Troya, que había sido criado como pastor a raíz de una profecía, según la cual sería el causante de la caída de Troya.
Las diosas quisieron sobornar a Paris: Atenea le ofreció sabiduría, destreza en la batalla y las habilidades de los grandes guerreros; Hera le ofreció poder político y el control de toda Asia, y Afrodita le ofreció el amor de la mujer más bella del mundo. Paris concedió la manzana a Afrodita, y regresó a Troya.
Es uno de los episodios más conocidos del relato según el cual, Eris, la diosa de la discordia, molesta por no haber sido invitada, se presenta en la boda de Peleo, y deja una manzana dorada con la frase "para la más bella". Tres de las diosas presentes, Hera, Atenea y Afrodita se pelean por la manzana, por lo que Zeus escoge como juez para dirimir la disputa al príncipe pastor de Troya, Paris. Las tres diosas intentan sobornarlo ofreciéndole distintos dones, pero al final elige a Afrodita, que le había prometido el amor de la mujer más bella del mundo. Esta mujer es la esposa del rey Menelao, Helena, que se enamora de Paris, quien la rapta llevándosela a Troya, lo que provoca la venganza de Menelao, desencadenando la guerra de Troya.
Entre las muchas representaciones pictóricas de esta historia se encuentran el cuadro pintado por Rubens, incluyendo aquellos en la National Gallery de Londres (El juicio de Paris, de 1636) o en el Museo del Prado (El juicio de Paris, de 1639).
El juicio de Paris, Peter Paul Rubens, ca. 1638 - 1639. (Museo del Prado. Madrid

El juicio de Paris. Pintura de Enrique Simonet de 1904 (Museo de Málaga). 

Como con muchos relatos mitológicos, los detalles varían de una fuente a otra. La historia es mencionada con indiferencia por Homero (Ilíada, XXIV, 25-30) como un elemento mítico con el que sus oyentes estaban familiarizados, y fue desarrollada en las Ciprias, una obra perdida del ciclo troyano, de la que sólo se conservan fragmentos. Es narrada con más detalle por Ovidio (Heroidas, xvi.71ff, 149-152 y v.35f), Luciano (Diálogos de los dioses, 20) e Higino (Fábulas, 92), todos ellos posteriores y con agendas escépticas, irónicas o popularizadoras. Eurípides lo menciona en algunas de sus tragedias (Andrómaca, 284; Helena, 676). Pero apareció sin palabras sobre el cofre votivo de marfil y oro del tirano del siglo VII a. C. Cípselo en Olimpia, que era descrito por Pausanias con
Hermes llevando a Alejandro el hijo de Príamo las diosas cuya belleza ha de juzgar, siendo la inscripción sobre ellos: «Aquí está Hermes, quien indica a Alejandro que debe decidir sobre la belleza de Hera, Atenea y Afrodita.»
Descripción de Grecia, V.19.5 

El mito comienza con las bodas de Tetis y Peleo. Así las describiría el autor romano Ovidio en sus Metamorfosis:
En efecto, el anciano Proteo había dicho a Tetis: “diosa del mar, concibe; serás madre de un joven que en sus años de fortaleza superará las hazañas de su padre y será llamado más importante que él”. Así pues, para que el mundo no tuviese nada mayor que Júpiter, aunque en su pecho había sentido unos fuegos nada tibios, Júpiter evitó la unión con la marina Tetis y ordenó a su nieto el Eácida que los sustituyera en sus deseos y que vaya a unirse a la doncella marina[…] Allí se adueña de ti Peleo, cuando yacías vencida por el sueño y, puesto que tú, pretendida con súplicas, lo rechazas, intenta la violencia anudando tu cuello con ambos brazos; y, si no hubieses recurrido a tus acostumbradas artes cambiando muy a menudo tu figura, él habría salido victorioso en su osadía; pero tú unas veces eras un ave (sin embargo, él sujetaba el ave), otras eras un pesado árbol: Peleo se adhería al árbol; la tercera forma fue la de una moteada tigresa: aterrorizado el Eácida soltó aquellos brazos del cuerpo. Y éste adora a los dioses del mar con vino vertido sobre las aguas con entrañas de ganado y con humo de incienso, hasta que el vate de Cárpatos le dijo desde la mitad del abismo: “Eácida, conseguirás la boda deseada; tú al punto, cuando descanse dormida en la helada cueva, sujétala sin que se dé cuenta con lazos y con una fuerte cadena. Y que no te engañe adoptando cien figuras, antes bien oprime tú cualquier cosa que sea hasta que vuelva a adquirir la forma que fue antes”. Estas cosas había dicho Proteo y escondió su rostro en el agua y lanzó sus olas sobre las últimas palabras. Titán estaba próximo al ocaso y ocupaba el mar Hesperio con el carro que había descendido, cuando la hermosa nereida, abandonando el mar, penetra en su acostumbrado lugar de descanso. Apenas se había adueñado Peleo de los miembros virginales, ella adopta nuevas formas, hasta que se da cuenta de que sus miembros están sujetos y sus brazos extendidos en diferentes direcciones; entonces por fin lanzó un gemido y dice: “Vences no sin la voluntad de los dioses”, y se mostró como Tetis. El héroe abraza a la que se declara vencida, y se adueña de sus deseos y la llena del gran Aquiles. 
Eris o Eride, la diosa de la Discordia, molesta por no haber sido invitada a las bodas de Peleo, a la que habían sido convidados todos los dioses, urdió un modo de vengarse sembrando la discordia entre los invitados: se presentó en el sitio donde estaba teniendo lugar el banquete, y arrojó sobre la mesa una manzana de oro, que habría de ser para la más hermosa de las damas presentes. Tres diosas (Atenea, Afrodita y Hera) se disputaron la manzana produciéndose tan gran confusión y disputa, que hubo de intervenir el padre de todos los dioses, Zeus (Júpiter en la mitología romana).
Zeus decidió encomendar la elección a un joven mortal llamado Paris, que era hijo del rey de Troya. El dios mensajero, Hermes (Mercurio), fue enviado a buscarlo con el encargo del Juicio que se le pedía; localizó al príncipe-pastor y le mostró la manzana de la que tendría que hacer entrega a la diosa que considerara más hermosa. Precisamente por eso lo había elegido Zeus; por haber vivido alejado y separado del mundo y de las pasiones humanas. Así, se esperaba de él que su juicio fuera absolutamente imparcial.
Cada una de las diosas pretendió convencer al improvisado juez, intentando incluso sobornarlo. La diosa Hera, esposa de Zeus, le ofreció todo el poder que pudiera desear, o, también, el título de Emperador de Asia; Atenea, diosa de la inteligencia, además de serlo de la guerra, le ofreció la sabiduría o, según otras versiones, la posibilidad de vencer todas las batallas a las que se presentase; Afrodita, le ofreció el amor de la más bella mujer del mundo. Se distinguen varias versiones sobre la desnudez o no de las diosas: una primera que indica que todas se desnudaron para mostrar así su belleza al mortal; una segunda que indica que únicamente lo realizó Afrodita para demostrar así su belleza; y una última que niega esta posibilidad del desnudo de las diosas.
Paris se decidió finalmente por Afrodita, y su decisión hubo de traer graves consecuencias para su pueblo, ya que la hermosa mujer por la que Afrodita hizo crecer el amor en el pecho de Paris, era Helena, la esposa del rey de Esparta, Menelao; en ocasión del paso de Paris por las tierras de este rey, y después de haber estado una noche en su palacio, Paris raptó a la bella Helena y se la llevó a Troya.
Esto enfureció a Menelao y éste convocó a los reyes aqueos como Agamenón, su hermano, que fue nombrado comandante en jefe; Odiseo, que, inspirado por Atenea, fue el que ideó el caballo de madera con el que la expedición aquea pudo por fin tomar Troya y Aquiles, entre muchos otros, para ir a recuperar a Helena o, si fuese necesario, pelear por ella en Troya, hecho que glosa Homero en la Ilíada.
El relato puede ser visto como una serie racionalizada de causas y consecuencias episódicas que ha sido desarrollada para encajar dentro de un marco temporal humano y para explicar un momento de epifanía que ocurre fuera del tiempo en un momento suspendido que los artistas intentaron recapturar en un icono: un mortal felizmente afortunado se enfrenta a una trinidad de diosas y un regalo trascendente, la «manzana», es intercambiado. El relato parece ser el resultado de interpretar una imagen icónica arcaica representando el momento extático, que lógicamente debe haber sido precedido por la historia inventada para explicarlo. En el nivel cultural arcaico anterior al relato, regalos de este tipo, como la granada que la diosa ofrece en los sellos minoicos, proceden de las diosas. El relato clásico del Juicio de Paris es un ejemplo de inversión mítica, en la que la manzana pasa a ser de él para recompensar. Alternativamente, visto puramente como narrativa, tal como se relata en la Mitología de Bulfinch, es simplemente un episodio amoral en el que la causa de una sangrienta guerra gira en torno a una aventura trivial, para deshonor de los griegos.
El mitema del Juicio de Paris ofreció naturalmente a los artistas la oportunidad de retratar tres mujeres desnudas idealmente hermosas, como en una especie de concurso de belleza, pero el mito, al menos desde Eurípides, trata más sobre la elección de los dones que cada diosa personifica: el subtexto del soborno es irónico y un ingrediente posterior.
En cada alusión al Juicio de Paris o versión del mismo, un aspecto de la estancia de Paris como pastor exiliado que nunca se relaciona con la explicación del momento crucial es su relación con la nutricia ninfa del monte Ida: Enone. 

El rapto de Helena
La mujer más bella del mundo era Helena. Era hija de Leda, la cual estaba casada con Tíndaro, rey de Esparta, y fue seducida por Zeus en forma de cisne; los informes difieren sobre cuáles de los cuatro hijos de Leda eran de Zeus y cuáles de Tíndaro, pero Homero presenta a Helena como hija de Zeus.
Helena tenía muchos pretendientes, y Tíndaro estaba poco dispuesto a elegir uno por miedo a que los otros tomasen represalias. Finalmente, uno de los pretendientes, Odiseo de Ítaca (Ulises en la mitología romana) propuso un plan. Hizo prometer a todos defender el matrimonio de Helena con quien ella eligiese. Ella eligió a Menelao, quien humildemente no hizo la petición por sí mismo, sino enviando a su hermano Agamenón en su lugar. Los dos hermanos vivían en la corte de Tíndaro desde que fueron desterrados de Micenas, después de que su padre, Atreo, fuese asesinado y su trono usurpado por su hermano Tiestes y su hijo Egisto. Menelao heredó el trono de Esparta de Tíndaro, con Helena como su reina, y Agamenón, casado con la hermana de Helena, Clitemnestra, recuperó el trono de Micenas.
Helena de Troya de Evelyn de Morgan, 1898.

Enviado a hacer tratos diplomáticos a Esparta, Paris se enamoró de Helena y, con la ayuda de Afrodita, la raptó o la sedujo, y la llevó de regreso a Troya como esposa. Todos los reyes y príncipes de Grecia fueron llamados a cumplir su juramento y recuperarla. 

La jefatura de las tropas
Odiseo estaba casado con Penélope y tenía un hijo, Telémaco. Odiseo para evitar ir a la guerra, se fingió loco y sembró sus campos con sal. Palamedes fue más listo que él y puso a su hijo Telémaco delante del arado. Odiseo se incorporó al no estar dispuesto a matar a su hijo, revelando su cordura y viéndose obligado a ir a la guerra.
El adivino Calcas auguró que nunca podría ser conquistada la ciudad de Troya sin que Aquiles participara en la batalla. Su madre Tetis, sabiendo que Aquiles moriría si iba a Troya, lo disfrazó de mujer en la corte del rey Licomedes en Esciro. Allí tuvo una relación amorosa con la hija del rey, Deidamía, de la que tuvieron un hijo, Neoptólemo. Odiseo descubrió a Aquiles entre las mujeres y consiguió así que participara en la expedición.
Otro oráculo había augurado que serían necesarios los huesos de Pélope, padre de Atreo y abuelo de Agamenón y Menelao, para conseguir la victoria. Los griegos los llevaron para ayudarles a ganar la guerra.
Finalmente, se reunió una flota de más de mil barcos al mando de Agamenón.
Cuando los griegos partieron a la guerra de Troya, se equivocaron de rumbo y fueron a parar a Misia, regida por Télefo. En una batalla, Aquiles hirió a Télefo. Puesto que su herida no cicatrizaba, Télefo preguntó al oráculo y éste vaticinó: «él mismo deberá curarte». Télefo fingió ser un mendigo y pidió a Aquiles que le ayudase a cicatrizar su herida. Aquiles rehusó alegando no tener conocimientos médicos. Odiseo dijo que la lanza había causado la herida y la lanza podría cicatrizarla. Se pusieron pedacitos de la lanza sobre la herida y ésta cicatrizó. Télefo les indicó el camino a Troya agradecido por su curación.
Cuando la expedición se dispuso de nuevo a zarpar desde Áulide, los vientos cesaron. Calcas auguró que la diosa Artemisa estaba castigando a Agamenón por matar un ciervo sagrado (o matar un ciervo en un bosque sagrado) y alardear que era mejor cazador que ella. La única forma de apaciguar a Artemisa era sacrificar a la hija de Agamenón, Ifigenia. Ifigenia fue trasladada desde Micenas hasta Áulide con el falso pretexto de que iba a convertirse en esposa de Aquiles. Cuando llegó, Agamenón se dispuso a sacrificarla pero en el último momento Artemisa sustituyó a la joven por un ciervo y la llevó a Táurica (o Táurida), donde fue sacerdotisa de su culto. Allí era la encargada de sacrificar a todo extranjero que allí llegaba, en honor a Artemisa. Hesíodo dice que se convirtió en la diosa Hécate. En las tragedias de Eurípides y Sófocles, el sacrificio de Ifigenia es la principal razón de Clitemnestra para asesinar a su marido al regreso de la hueste de Troya. El asesinato de Agamenón sería, a su vez, vengado por su hijo, Orestes.
Filoctetes era un amigo de Heracles (Hércules en la mitología romana) y, ya que encendió la pira funeraria de Heracles cuando nadie más quiso hacerlo, recibió su arco y sus flechas. Navegó con siete barcos repletos de hombres a la guerra de Troya, donde planeaba luchar en el bando de los griegos. Se detuvieron en una isla para conseguir suministros y allí Filoctetes fue mordido por una serpiente. La herida se infectó y desprendía un gran hedor; y los Atridas, por consejo de Odiseo, ordenaron a Filoctetes permanecer en Lemnos. Medonte tomó el mando de los hombres de Filoctetes, quien permaneció solo en Lemnos durante diez años.
La armada aquea llegó a las playas de Troya, donde se encontró con gran parte del ejército troyano esperándola (arqueros y guerreros).
El oráculo profetizó que el primer griego que pisara tierra sería el primero en morir en la guerra de Troya. Protesilao, capitán de los filaceos, satisfizo esta profecía. Héctor mató a Protesilao, y Laodamía, esposa de éste, se suicidó a causa del dolor. Tras la muerte de Protesilao, su hermano Podarces fue a la guerra en su lugar.
Tras una batalla en la playa, los aqueos lograron imponerse. Entre otros, Aquiles mató a un hijo de Poseidón, Cicno, que luchaba en las fuerzas de Ilión. Cicno era invulnerable a las armas y Aquiles lo estranguló.
Los griegos sitiaron Troya durante nueve años. Las tropas griegas saquearon varias ciudades cercanas y, en el reparto del botín, Agamenón tomó como esclava a Criseida, hija de Crises, sacerdote de Apolo. Cuando Crises intentó pagar su rescate, fue maltratado, así que pidió a Apolo que castigase a los griegos, y el ejército fue azotado por una plaga.

Mapa de la Grecia homérica y origen de sus héroes.

El oráculo emitido por Calcas dijo que la plaga solo cesaría si Agamenón devolvía a Criseida a su padre. Enojado por esto, y con Aquiles (que garantizó el cumplimiento del oráculo), Agamenón aceptó devolver a Criseida, pero a cambio tomó a la concubina de Aquiles, Briseida. Aquiles y Agamenón discutieron y Aquiles se negó a continuar luchando contra Troya. Aunque los griegos estaban destinados a ganar la guerra, Aquiles pidió a su madre Tetis que intercediera ante Zeus para asegurarse de que a los griegos les fuese mal hasta que Agamenón se disculpase ante él. Los siguientes días los griegos fueron duramente castigados en la batalla y los principales guerreros, salvo Áyax, fueron heridos gravemente. Los troyanos, capitaneados por Héctor, avanzaban sin parar sobre las posiciones griegas llegando incluso hasta las naves las cuales comenzaron a prender fuego; lo hubiesen logrado a no ser por la resistencia de Áyax y la llegada de Patroclo.
En vista del peligro, Aquiles había dejado que su compañero Patroclo llevase su armadura y encabezase las tropas en la batalla. La llegada de Patroclo dio nuevos ánimos a los griegos (quienes creían que era Aquiles) y lograron expulsar a los troyanos de las naves. Sin embargo, Héctor dio muerte a Patroclo (con ayuda de Apolo) y se quedó con la armadura de Aquiles tras una ardua batalla que se había desencadenado alrededor del cuerpo sin vida de Patroclo. Loco de dolor, Aquiles juró venganza, mató a Héctor y arrastró su cuerpo atado a su carro alrededor de las murallas de Troya tres veces, y daba 13 vueltas alrededor de la pira funeraria de Patroclo por cada día que pasaba. Aquiles, furioso, se negó a devolver el cuerpo de Héctor a los troyanos para los ritos funerarios hasta que, Príamo, acompañado por Hermes, fue una noche en persona a suplicarle que lo devolviese, con lo que se ablandó y aceptó una tregua de doce días mientras durasen los funerales de Héctor.
Poco después de la muerte de Héctor, Aquiles venció a Memnón de Etiopía y a la amazona Pentesilea (con quien Aquiles tuvo una aventura según algunas versiones). Tras estos eventos, se produjo la muerte de Aquiles; bien de una flecha en su talón lanzada por Paris y dirigida por Apolo; o en otra versión, directamente por el dios Apolo. Sus huesos fueron mezclados con los de Patroclo, y hubo juegos funerarios. Como Áyax, se representa viviendo tras su muerte en la isla de Leuce en la desembocadura del Danubio. En Las troyanas y Hécuba, obras de Eurípides, Políxena, hija de Príamo, es sacrificada en la pira fúnebre de Aquiles.
En otra versión bastante diferente de las anteriores, Aquiles había prometido a Príamo que, si consentía el casamiento con su hija Políxena, pasaría a abandonar a los suyos y defender Troya, pero tras concertar una cita en el templo de Apolo Timbreo, Aquiles fue asesinado por Paris con una daga en la espalda (o una flecha en el talón).
La armadura de Aquiles era motivo de disputa entre Odiseo y Áyax. Compitieron por ella, resultando vencedor Odiseo. Áyax, encolerizado, juró matar a sus compañeros; comenzó a matar ganado (pensando que eran soldados griegos) y posteriormente se suicidó.
Los griegos capturaron a Héleno, hijo adivino del rey Príamo, y lo torturaron hasta que dijo bajo qué circunstancias podrían tomar Troya. Héleno dijo que ganarían si recuperaban las flechas de Heracles (que estaban en poder de Filoctetes); robaron la estatua troyana de Palas Atenea (llamada Paladio) y convencieron al hijo de Aquiles (Neoptólemo) de que fuese a la guerra. Neoptólemo estaba oculto de la guerra en Esciro, pero los griegos le localizaron.
Odiseo y Neoptólemo trajeron a Filoctetes de Lemnos. Su herida fue curada por Macaón o Asclepio. Filoctetes mató a Paris con sus flechas.
El cerco de Troya duró diez años. Los griegos idearon una nueva treta, un gran caballo de madera hueco. Fue construido por Epeo y lo ocuparon soldados griegos encabezados por Odiseo. El resto de la armada griega fingió partir y un espía griego, Sinón, convenció a los troyanos de que el caballo era una ofrenda a Atenea. A pesar de las advertencias de Laocoonte y Casandra, los troyanos introdujeron el caballo en la ciudad e hicieron una gran celebración y, cuando los griegos salieron del caballo, la ciudad entera estaba bajo el sueño de la bebida. Los guerreros griegos abrieron las puertas de la ciudad para permitir la entrada al resto de las tropas y fue saqueada sin piedad alguna. 

El caballo de Troya fue un artilugio con forma de enorme caballo de madera que se menciona en la historia de la guerra de Troya y que según este relato fue usado por los griegos como una estrategia para introducirse en la ciudad fortificada de Troya. Tomado por los troyanos como un signo de su victoria, el caballo fue llevado dentro de los gigantescos muros, sin saber que en su interior se ocultaban varios soldados enemigos. Durante la noche, los guerreros salieron del caballo, mataron a los centinelas y abrieron las puertas de la ciudad para permitir la entrada del ejército griego, lo que provocó la caída definitiva de Troya. La fuente más antigua que menciona el caballo de Troya, aunque de manera breve, es la Odisea de Homero. Posteriormente otros autores ofrecieron relatos más amplios del mito, entre los que destaca la narración que recoge la Eneida de Virgilio.
Por lo general, el caballo de Troya es considerado una creación mítica, pero también se ha debatido si realmente pudiera haber existido y fuera una máquina de guerra transfigurada por la fantasía de los cronistas. De cualquier manera, demostró ser un fértil motivo tanto literario como artístico, y desde la Antigüedad ha sido reproducido en innumerables poemas, novelas, pinturas, esculturas, monumentos, películas y otros medios, incluidos dibujos animados y juguetes. Asimismo, en épocas recientes, se han hecho varias reconstrucciones hipotéticas del caballo. Aunado a ello, ha dado origen a dos expresiones idiomáticas: «caballo de Troya»; es decir, un engaño destructivo, y «presente griego», algo concebido como aparentemente agradable pero que trae consigo graves consecuencias.
La guerra duraba más de nueve años cuando el más destacado guerrero griego, Aquiles, había caído muerto en combate. A pesar de haber cumplido las condiciones impuestas por los oráculos para la toma de la ciudad —traer a Neoptólemo, hijo de Aquiles, traer los huesos de Pélope y robar el Paladio—, los griegos no conseguían atravesar los muros de Troya.
En esta tesitura, el adivino Calcante observó una paloma perseguida por un halcón. La paloma se refugió en una grieta y el halcón permanecía cerca del hueco, pero sin poder atrapar a la paloma. El halcón entonces decidió fingir retirarse y se escondió fuera de la mirada de la paloma, quien poco a poco asomó la cabeza para cerciorarse de que el cazador había desistido pero entonces el halcón salió del escondite y culminó la cacería. Después de narrar esta visión, Calcante dedujo que no deberían seguir tratando de asaltar las murallas de Troya por la fuerza, sino que tendrían que idear una estratagema para tomar la ciudad. Después de ello, Odiseo concibió el plan de construir un caballo y ocultar dentro a los mejores guerreros. En otras versiones, el plan fue instigado por Atenea​ y también existe una tradición que señala que Prilis, un adivino de la isla de Lesbos, hijo de Hermes, profetizó que Troya solo podría ser tomada con ayuda de un caballo de madera.
Bajo las instrucciones de Odiseo o de Atenea, el caballo fue construido por Epeo el focidio, el mejor carpintero del campamento. Tenía una escotilla escondida en el flanco derecho y en el izquierdo tenía grabada la frase: «Con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de nueve años, los griegos dedican esta ofrenda a Atenea». Los troyanos, grandes creyentes en los dioses, cayeron en el engaño. Lo aceptaron para ofrendarlo a los dioses, ignorando que era un ardid de los griegos para traspasar sus murallas puesto que en su interior se escondía un selecto grupo de soldados. El caballo era de tal tamaño que los troyanos tuvieron que derribar parte de los muros de su ciudad. Una vez introducido el caballo en Troya, los soldados ocultos en él abrieron las puertas de la ciudad, tras lo cual la fuerza invasora entró y la destruyó.
El caballo de Troya es mencionado por primera vez en varios pasajes de la Odisea de Homero. Una de las veces sucede en el palacio de Menelao, quien ofrece un banquete de bodas para su hijo y su hija, que se casaban al mismo tiempo. En medio de la fiesta, llega Telémaco, quien buscaba noticias de su padre y toma asiento al lado de Menelao, acompañado de Pisístrato. Posteriormente, entra en la sala Helena. El grupo, entristecido, comienza a recordar la guerra de Troya, cuando Helena toma la palabra y cuenta sus recuerdos de la misma. Entonces Menelao confirma lo que ella había dicho, hablando del caballo:
Sí, mujer, con gran exactitud lo has contado. Conocí el modo de pensar y de sentir de muchos héroes, pues llevo recorrida gran parte de la tierra: pero mis ojos jamás pudieron dar con un hombre que tuviera el corazón de Odiseo, de ánimo paciente, ¡Qué no hizo y sufrió aquel fuerte varón en el caballo de pulimentada madera, cuyo interior ocupábamos los mejores argivos para llevar a los troyanos la carnicería y la muerte! Viniste tú en persona —pues debió de moverte algún numen que anhelaba dar gloria a los troyanos— y te seguía Deífobo, semejante a los dioses. Tres veces anduviste alrededor de la hueca emboscada tocándola y llamando por su nombre a los más valientes dánaos y, al hacerlo, remedabas la voz de las esposas de cada uno de los argivos.
Homero, Odisea IV, 265-290. 

En otro pasaje, Odiseo pide al aedo Demódoco que narre la historia del caballo de Epeo creado con la ayuda de Atenea. El aedo contó el episodio desde el punto en que algunos argivos habían prendido fuego a sus tiendas de campaña y partido en sus buques, mientras que otros, entre los que estaba Odiseo, esperaban escondidos en el interior del caballo. Los troyanos llevaron el caballo dentro de su fortaleza, donde permaneció mientras decidían qué hacer con él. Unos deseaban destruirlo; otros querían llevarlo a lo alto de la ciudadela y precipitarlo sobre las rocas, mientras que otros preferían conservarlo como una ofrenda a los dioses. Optando por esta última alternativa, sellaron su destino:
—¡Demódoco! Yo te alabo más que a otro mortal cualquiera, pues deben de haberte enseñado la Musa, hija de Zeus, o el mismo Apolo, a juzgar por lo primorosamente que cantas el azar de los aqueos y todo lo que llevaron a cabo, padecieron y soportaron como si tú en persona lo hubieras visto o se lo hubieses oído referir a alguno de ellos. Mas, ea, pasa a otro asunto y canta como estaba dispuesto el caballo de madera construido por Epeo con la ayuda de Atenea; máquina engañosa que el divinal Odiseo llevó a la acrópolis, después de llenarla con los guerreros que arruinaron a Troya. Si esto lo cuentas como se debe, yo diré a todos los hombres que una deidad benévola te concedió el divino canto.
Así habló y el aedo, movido por divinal impulso, entonó un canto cuyo comienzo era que los argivos diéronse a la mar en sus naves de muchos bancos, después de haber incendiado el campamento, mientras algunos ya se hallaban con el celebérrimo Odiseo en el ágora de los teucros, ocultos por el caballo que estos mismos llevaron arrastrando hasta la acrópolis.
El caballo estaba en pie, y los teucros, sentados a su alrededor, decían muy confusas razones y vacilaban en la elección de uno de estos tres pareceres; hender el vacío leño con el cruel bronce, subirlo a una altura y despeñarlo, o dejar el gran simulacro como ofrenda propiciatoria a los dioses; esta última resolución debía prevalecer, porque era fatal que la ciudad se arruinase cuando tuviera dentro aquel enorme caballo de madera donde estaban los más valientes argivos, que causaron a los teucros el estrago y la muerte.
Cantó cómo los aqueos, saliendo del caballo y dejando la hueca emboscada, asolaron la ciudad; cantó asimismo cómo, dispersos unos por un lado y otros por otro, iban devastando la excelsa urbe, mientras que Odiseo, cual si fuese Ares, tomaba el camino de la casa de Deífobo, juntamente con el deiforme Menelao. Y refirió cómo aquel había osado sostener un terrible combate, del cual alcanzó Victoria por el favor de la magnánima Atenea.
Homero, Odisea VIII, 490. 

Más tarde, cuando el propio Odiseo se encuentra en el Hades buscando el consejo de Tiresias sobre su regreso a Ítaca, encuentra al fantasma de Aquiles, a quien le habla sobre su hijo, Neoptólemo:
Y cuando los más valientes argivos penetramos en el caballo que fabricó Epeo y a mí se me confió todo —así el abrir como el cerrar la sólida emboscada—, los caudillos y príncipes de los dánaos se enjugaban las lágrimas y les temblaban los miembros; pero nunca vi con estos ojos que a él se le mudara el color de la linda faz, ni que se secara las lágrimas de las mejillas: sino que me suplicaba con insistencia que le dejase salir del caballo, y acariciaba el puño de la espada y la lanza que el bronce hacía ponderosa, meditando males contra los teucros.
Homero, Odisea XI, 504-533. 

Sin embargo, el relato más detallado se encuentra en el libro II de la Eneida de Virgilio. Durante el banquete, Eneas relata a Dido cómo fue que después de la falsa retirada de los griegos, viendo la playa desierta, los troyanos abrieron las puertas de la ciudad y entraron el enorme caballo: Timetes había propuesto llevarlo dentro de los muros, pero Capis y otros temieron una trampa, reconsiderando que lo mejor sería quemarlo, o al menos averiguar lo que tenía en sus entrañas.​ Mientras la multitud estaba debatiendo qué hacer, el sacerdote Laocoonte corrió hacia el lugar para advertir:
¡Qué locura tan grande, pobres ciudadanos! ¿Del enemigo pensáis que se ha ido? ¿O creéis que los dánaos pueden hacer regalos sin trampa? ¿Así conocemos a Ulises? O encerrados en esta madera ocultos están los aqueos, o contra nuestras murallas se ha levantado esta máquina para espiar nuestras casas y caer sobre la ciudad desde lo alto, o algún otro engaño se esconde: teucros, no os fieis del caballo. Sea lo que sea, temo a los dánaos incluso ofreciendo presentes. ​
Eneida, Virgilio, Libro II.

Dicho esto, arremetió contra el caballo insertándole una lanza con tal de destruirlo. En este momento se presentó ante Príamo, rey de Troya, a un prisionero griego cuyo nombre era Sinón, que se dejó capturar. Fingiendo que lloraba, pidió asilo, alegando ser un proscrito fugitivo. La multitud se conmovió, el griego se levantó y emitió un discurso astuto. Dijo que su padre pobre, sin recursos, le había confiado a Palamades para que lo educase. Sin embargo, por las intrigas de Odiseo, Palamedes fue acusado de traición y asesinado. A partir de entonces Sinón fue continuamente acusado por Odiseo de delitos jamás cometidos. Por todo ello, juraba vengarse tanto por él como por su tutor. Asimismo, en un gesto retórico, se ofrece como víctima voluntaria de la ira troyana. Sorprendida, la gente alrededor de él quiso saber más, y este relató que los griegos, cansados de esta batalla perdida, levantaron el sitio, pero vieron que su intento de regresar estaba impedido por las tormentas marinas y señales en los cielos. Para conocer la voluntad de los dioses, enviaron a Eurípilo para que consultase un oráculo. La respuesta que trajo fue que se requería un sacrificio humano similar al que se había realizado antes del inicio de la guerra a fin de obtener vientos favorables. Tras varios días de silencio, el adivino Calcante, de acuerdo con Odiseo, había anunciado que Sinón debía ser la víctima del sacrificio. Fue atado y se le vendaron los ojos para el ritual sangriento pero pudo romper las ataduras y huyó, hasta que los troyanos lo encontraron. Una vez más, afirmó su inocencia y pidió la compasión del enemigo.
Su actuación fue convincente y le otorgaron el perdón. Fue liberado y recibido como uno de ellos. Los troyanos le preguntaron por la razón para tan maravillosa construcción. A ello respondió Sinón diciendo que se consideraba libre de la lealtad a su antigua patria, invocando a los dioses como testigos, y maldiciendo a los griegos, agregó que el caballo había sido construido por orden expresa de Atenea, como desagravio por la profanación del paladio troyano, imagen dedicada a la diosa y robada por Odiseo y Diomedes, delito por el que estaban convencidos de que no ganarían la guerra. Además, se construyó de modo que no pudiese, por su tamaño, pasar a través de las puertas de la ciudad, para que jamás fuese tomado por los troyanos, volviéndose así un nuevo paladio. Si eso sucedía los griegos conocerían la venganza divina, y Troya, la gloria.
Por otra parte, Laocoonte sacrificó un toro a Neptuno, cuando de Ténedos emergieron dos serpientes monstruosas que mataron al sacerdote y sus dos hijos y luego se refugiaron en el templo de Atenea. Aterrorizados, los troyanos vieron el prodigio como una señal del cielo y creyeron que la diosa los había castigado por haber profanado la ofrenda con la lanza. No hacía falta nada más para que los troyanos creyeran la historia de Sinón, por eso hicieron una brecha en la muralla y se llevaron el caballo a la ciudad en medio de grandes festejos. Casandra profetizaba la catástrofe inminente, pero su destino era decir la verdad sin ser creída. Una vez entrada la noche, mientras los troyanos dormían, Sinón abrió el caballo, sus compañeros salieron a matar a los guardias y dieron una señal al ejército escondido en Ténedos cuyos integrantes regresaron, invadieron la ciudad, la saquearon y la quemaron, en medio de la masacre de sus habitantes.
La historia ha sido repetida con variaciones por escritores tardíos como Quinto de Esmirna, Higino y Juan Tzetzes. Apolodoro también da otros detalles: atribuye a Odiseo la idea de construir el caballo, a Apolo el envío de las serpientes, así como una inscripción que el propio caballo portaba: «En su regreso a la patria, los griegos dedican este caballo a Atenea». Trifiodoro, en La toma de Ilión, dejó la versión más larga y elaborada que se conoce, narrando un sinfín de detalles tanto de la construcción como del aspecto del caballo, que, según narra, era una obra de arte impresionante, dotada de belleza y gracia, la cual suscitaba la admiración de los troyanos. Tenía el arnés adornado de púrpura, oro y marfil, sus ojos estaban rodeados de piedras preciosas, y la boca con dientes blancos, daba lugar a un canal abierto para la ventilación interna, con el fin de que los guerreros no muriesen asfixiados. El cuerpo era poderoso, y curvado como un barco, en tanto su cola caía al suelo cubierto con grandes trenzas. Los cascos de bronce, con ruedas, sostenían las piernas que parecían moverse. Tan hermosa y aterradora fue la creación que Ares no dudaría en montarla si estuviera vivo. Para mantener a los hombres nutridos y que no fracasaran en el momento decisivo, Atenea les dio ambrosía.
Otros autores tardíos, sin embargo, ofrecieron relatos de la historia completamente diferentes a la tradicional. Dion de Prusa, en un discurso en el que defendía la tesis de que los verdaderos vencedores de la contienda habían sido los troyanos, dijo que el caballo había sido una ofrenda auténtica de los griegos a la Atenea troyana durante las negociaciones de paz y que no había soldados dentro, pero coincide en que los troyanos tuvieron que derribar parte de las murallas para introducirlo en la ciudad y por eso se decía que un caballo había tomado la ciudad. ​ Por otra parte, para Dares Frigio, el caballo no era más que una estatua que estaba esculpida en la puerta Escea y que fue la que abrieron unos troyanos traidores a su patria para que entrara el ejército griego.
Las fuentes clásicas dan numerosas versiones acerca del número e identidad de los guerreros que se escondieron dentro del caballo. Apolodoro los cifra en 50, pero luego añade que el autor de la Pequeña Ilíada, poema perdido, afirmaba que eran 3000 (aunque podría ser un error de los códices). Según Tzetzes fueron 23; ​ Quinto de Esmirna da treinta nombres y añade que eran aún más​ y otros autores mencionan otros nombres. La recopilación de los integrantes nombrados por los diversos autores abarca los siguientes guerreros: Odiseo, Acamante, Agapenor, Anfidamante, Anfímaco, Antífates, Antímaco, Áyax el Menor, Calcante, Cianipo, Demofonte, Diomedes, Equión, Epeo, Esténelo, Eumelo, Euríalo, Euridamante, Eurímaco,  Eurípilo, Filoctetes, Idomeneo, Ifidamante, Leonteo, Macaón, Meges, Menelao, Menesteo, Meríones, Neoptólemo, Peneleo, Podalirio, Polipetes, Talpio, Teucro, Tersandro, Toante, Trasimedes, Yálmeno. 
Aunque es posible que la guerra de Troya haya ocurrido, algunos estudiosos consideran que el núcleo histórico de la leyenda es muy pequeño. ​ En relación con el famoso caballo, la forma en que fue descrito por los antiguos es probable que sea únicamente una invención, pero también existe la posibilidad de que haya habido algún aparato real caprichosamente transformado por la tradición. En la Antigüedad, el término caballo hacía referencia a una máquina de guerra, el ariete, muchas veces construido en forma de animal. De hecho, los asirios usaban este tipo de armas y es muy posible que el ejemplo haya sido tomado por los griegos. También fue interpretado como una metáfora de un terremoto, una de las causas posibles apuntadas para la destrucción de la Troya histórica, considerando que Poseidón era el dios de los caballos, del océano y de los terremotos.
Otra sugerencia es que el caballo era en realidad un barco, y se observó que los términos utilizados para poner a los hombres en el interior eran los mismos que se describen durante el embarque de la tripulación en el navío. En la tradición clásica, los navíos son muchas veces denominados como «caballos de mar». En la Odisea, Penélope, lamentando la ausencia de Telémaco, dice: «¿Por qué mi hijo me dejó? ¿Qué había que hacer para viajar en los barcos de puntiaguda proa que son para los hombres como caballos en el mar?». En la comedia Rudens, Plauto dice: «Se le llevará por los caminos azules (el mar) en un caballo de madera (barco)». 
El fantasma de Aquiles se apareció a los supervivientes de la guerra, pidiendo que Políxena, la princesa troyana, fuese sacrificada antes que ninguno pudiese partir. Neoptólemo realizó el sacrificio.
Según la Odisea, la flota de Menelao fue empujada por tormentas hacia Creta y Egipto de donde no pudieron continuar la navegación por la ausencia de vientos. Menelao tuvo que atrapar a Proteo, una deidad marina para averiguar qué sacrificios a los dioses debían hacer para garantizarse una travesía segura. Proteo también dijo a Menelao que estaba destinado al Elíseo tras su muerte. Menelao regresó a Esparta con Helena.
Odiseo, tras diez años de viaje (narrados en la Odisea) llegó a Ítaca tras veinte años (los diez de la guerra y los diez de regreso). Durante su travesía estuvo en el país de los cicones (de donde fue gravemente repelido, solo su nave sobrevivió, tras saquear una aldea), en el país de los lotófagos, en la isla de los cíclopes (donde perdió a cuatro de sus hombres), la isla de Eolo (quien le dio la bolsa de los vientos), el país de los lestrigones (quienes se comieron a dos hombres de su tripulación),en la isla de Circe (lugar en el que estuvo un año y tuvo un hijo), en el país de los Cimerios (en el cual fue al infierno, donde charló con sus viejos amigos y su madre), en la isla de Calipso (en la que estuvo muchos años) y por último en el país de los feacios. Cuando llegó a Ítaca muchos pretendientes al trono que lo creían muerto entablaron una batalla contra Odiseo, Telémaco, Eumeo y Filiato quienes acabaron con los pretendientes y Odiseo recuperó su reino. 
Tras la guerra, el barco de Idomeneo fue alcanzado por una terrible tormenta. Idomeneo prometió a Poseidón que sacrificaría el primer ser viviente que viese cuando volviese a casa si salvaba su barco y su tripulación. El primer ser vivo al que vio fue su hijo, así que lo sacrificó. Los dioses estaban enfadados con el asesinato de su hijo y lo enviaron al exilio a Calabria en Italia. ​ Según otra versión, sus propios súbditos en Creta lo enviaron al exilio porque llevó consigo una plaga desde Troya. Huyó a Calabria, y posteriormente a Colofón, en Asia Menor, donde murió. En otra versión, la plaga azota Creta como castigo por el acto de Idomeneo. 
Casandra fue ultrajada por Áyax el Menor o arrastrada por este mientras ella se hallaba agarrada a la estatua de Atenea. Luego, mientras Áyax hacía su viaje de regreso a Lócrida, Atenea lanzó un rayo sobre su nave y Poseidón hundió la roca sobre la que Áyax había conseguido sujetarse.
Luego Casandra fue tomada como concubina por Agamenón. Éste regresó a su hogar en Micenas. Su esposa Clitemnestra tuvo una relación con Egisto, hijo de Tiestes, primo de Agamenón. Posiblemente como venganza por la muerte de Ifigenia, Clitemnestra se conjuró con su amante para matar a Agamenón. Casandra pronosticó este asesinato y avisó a Agamenón, pero él la ignoró. Fue asesinado en un banquete o en su baño, según diferentes versiones. Casandra también fue asesinada. El hijo de Agamenón, Orestes, que había estado lejos, regresó y conspiró con su hermana Electra para vengar a su padre. Mataron a Clitemnestra y a Egisto. Orestes se casó con Hermíone y retomó Micenas, convirtiéndose en rey de todo el Peloponeso. 
Sobre Astianacte, hijo de Héctor, hay varias versiones de qué le ocurrió durante el saqueo de Troya. Una de ellas relata que fue asesinado por Neoptólemo o por Odiseo, tras arrojarlo de una torre, mientras que en otra versión formó parte del grupo de troyanos que escaparon junto con Eneas. 
Neoptólemo tomó a Andrómaca y Héleno como esclavos, casándose con Andrómaca. Se enemistó con Orestes porque Menelao le había prometido a su hija Hermione a él, pero luego quiso que se casase con Neoptólemo. Lucharon, y Neoptólemo murió. Héleno se casó con Andrómaca y reinaron sobre una colonia de troyanos exiliados en lo que una vez había sido el reino de Aquiles. Allí lo encontró Eneas en su viaje a Italia.
La reina Hécuba de Troya fue esclavizada por los aqueos. Fue parte del botín otorgado a Odiseo. Cuando los griegos desembarcaron en Tracia, Hécuba se enteró de que su hijo menor, Polidoro, había sido asesinado por el rey Polimnestor y lo asesinó. Sobre su muerte existen tres versiones: la primera, que se suicidó por la desesperación; la segunda, que los griegos la asesinaron; y la tercera, que los dioses la convirtieron en una perra al escuchar su aullido por la muerte de sus hijos. 
Licaón fue esclavizado por Aquiles y vendido por éste en Lemnos, pero consiguió volver a Troya y murió en el campo de batalla, a manos de Aquiles. 
Puesto que Antenor, cuñado de Príamo, había ayudado a devolver a Helena a los griegos, se le perdonó la vida. Luego, lideró un grupo de troyanos que se asentaron en las costas del Adriático creando una nueva Troya. Se le atribuye la fundación mítica de Padua. 
Eneas lideró un grupo de supervivientes lejos de la ciudad, incluyendo a su hijo Ascanio, su trompeta Miseno, su padre Anquises y al médico Yápige. Su mujer Creúsa desapareció durante el saqueo de la ciudad. Huyeron de Troya en varios barcos, buscando establecerse en un nuevo hogar. Arribaron a varios países cercanos que no se mostraron hospitalarios, finalmente les fue profetizado que debían volver a la tierra de sus antepasados. Primero lo intentaron en Creta, que Dárdano había colonizado, pero lo encontraron arrasado por la misma plaga que había expulsado a Idomeneo. Encontraron a la colonia dirigida por Heleno y Andrómaca, pero rehusaron permanecer ahí. Tras siete años llegaron a Cartago, donde Eneas tuvo un romance con Dido. Finalmente los dioses les ordenaron continuar (Dido se suicidó), y llegaron a Italia.
Aquí una profetisa le llevó al inframundo y predijo la grandeza de Roma, que sería fundada por su gente. Negoció un asentamiento con el rey local Latino, y se casó con su hija Lavinia. Esto desencadenó una guerra con otras tribus locales, pero finalmente se fundó el asentamiento de Lavinio. Su hijo Ascanio (Hijo de Eneas o Creúsa o Eneas y Lavinia[3]​) fundó Alba Longa. Trescientos años después, según el mito romano, sus descendientes Rómulo y Remo fundaron Roma. 
El problema de la autenticidad histórica de la guerra de Troya ha suscitado conjeturas de todo tipo. El arqueólogo Heinrich Schliemann admitía que Homero fue un poeta épico y no un historiador, y que pudo exagerar el conflicto en aras de la libertad poética, pero no que lo inventara. Poco después, el también arqueólogo Wilhelm Dörpfeld defendió que Troya VI fue víctima del expansionismo micénico. A esta idea se sumó Sperling en 1991. Los estudios de Blegen y su equipo admitieron que una expedición aquea debió haber sido la causa de la destrucción de Troya VII-A hacia el 1250 a. C. -actualmente se suele fijar el fin de esta ciudad más cerca de 1200 a. C.-, sin embargo hasta ahora no se ha podido demostrar quiénes fueron los atacantes de Troya VII-A. Hiller, en cambio, también en 1991, señaló que debió haber dos guerras en Troya que marcaron el fin de Troya VI y Troya VII-A. Mientras, Demetriou, en 1996, insistió en la fecha de 1250 a. C. para una histórica guerra de Troya, en un estudio en el que se basó en yacimientos chipriotas.
Frente a ellos se halla una corriente de opinión escéptica encabezada por Moses Finley que niega la presencia de elementos micénicos en los poemas homéricos y señala la ausencia de pruebas arqueológicas acerca de la historicidad del mito. Otros estudiosos destacados pertenecientes a esta corriente escéptica son el historiador Frank Kolb y el arqueólogo Dieter Hertel. Joachim Latacz, en un estudio en el que relaciona fuentes arqueológicas, fuentes históricas hititas y pasajes homéricos como el Catálogo de las naves del libro II de la Ilíada, considera probado el origen micénico de la leyenda pero, con respecto a la historicidad de la guerra, se ha mostrado cauto y sólo ha admitido que es probable la existencia de un sustrato histórico.
También se ha tratado de fundamentar la historicidad de la leyenda con el estudio de textos históricos contemporáneos a la edad del Bronce tardío. Carlos Moreu ha interpretado una inscripción egipcia de Medinet Habu, en la que se narra el ataque sobre Egipto de los pueblos del mar, de manera distinta a la interpretación tradicional. Según esta interpretación, los aqueos habrían atacado varias regiones de Anatolia entre las que se encontrarían Troya y Chipre, y los pueblos atacados habrían establecido un campamento en Amurru y posteriormente habrían formado la coalición que se enfrentó a Ramsés III en 1186 a. C. 

Troya en las fuentes hititas
La ciudad de Troya estuvo habitada desde la primera mitad del III milenio a. C., pero su momento de mayor esplendor coincidió con el auge del Imperio hitita. En 1924, poco después del desciframiento de la escritura hitita, Paul Kretschmer había comparado un topónimo que aparece en fuentes hititas, Wilusa, con el topónimo griego Ilios, usado como nombre de Troya. Los eruditos, basándose en pruebas lingüísticas, establecieron que el nombre Ilios había perdido una digamma inicial y anteriormente había sido Wilios. A esto se unía otra comparación entre un rey de Troya que aparece escrito en documentos hititas, denominado Alaksandu, y Alejandro, usado en la Ilíada como nombre alternativo de Paris, príncipe troyano.
Estas propuestas de identificación de Wilusa con Wilios y de Alaksandu con Alejandro en principio fueron motivo de controversia: era dudosa la situación geográfica de Wilusa y en fuentes hititas aparece también el nombre de Kukunni como rey de Wilusa y padre de Alaksandu sin aparente relación con la leyenda de Alejandro, aunque algunos han señalado que este nombre podría tener su equivalente en griego en el nombre Κύκνος (Cicno), otro personaje del ciclo troyano. Sin embargo, en 1996, Frank Starke probó que, efectivamente, la localización de Wilusa debe situarse en el mismo lugar donde está la región de la Tróade. No obstante, algunos arqueólogos como Dieter Hertel todavía se niegan a aceptar esta identificación entre Wilusa e Ilios. Los principales documentos hititas que mencionan a Wilusa son:
·       El llamado Tratado Alaksandu, que fue un pacto entre el rey hitita Muwatalli II y Alaksandu, rey de Wilusa, datado a principios del siglo XIII a. C. Del texto de este tratado se ha deducido que Wilusa tenía una relación de subordinación respecto del Imperio hitita.
Entre los dioses que son nombrados en el tratado como testigos del pacto figuran Apaliunas, que algunos investigadores han identificado con Apolo, y Kaskalkur, cuyo significado es 'camino al inframundo'. Sobre Kaskalkur, el arqueólogo Korfmann indica que:
De este modo se designaban los cursos de agua que desaparecían en el suelo de las regiones cársticas y volvían a surgir al exterior, pero los hititas también usaban este concepto para las galerías de agua instaladas artificialmente.
Esta divinidad ha sido por ello asociada al descubrimiento de una cueva con un manantial a 200 metros al sur del muro de la acrópolis que, tras analizar la piedra caliza de las paredes, se ha determinado que ya existía a principios del tercer milenio a. C. y en torno a la cual podrían haber surgido mitos. También se ha señalado la coincidencia que supone la alusión del autor Esteban de Bizancio a que un tal Motylos, que podría ser una helenización del nombre de Muwatalli, prestó hospitalidad a Alejandro y Helena.
·       Una carta escrita por el rey del país del río Seha (estado vasallo hitita) Manapa-Tarhunta al rey Muwatalli II, y por tanto datada también alrededor de 1295 a. C., donde se da información de un tal Piyamaradu que había encabezado una expedición militar contra Wilusa y contra la isla Lazba, identificada por los investigadores con Lesbos.
·       En la Carta de Tawagalawa (h. 1250 a. C.), generalmente atribuida a Hattusili III, el rey hitita hace referencia a antiguas hostilidades entre los hititas y los ahhiyawa posiblemente sobre Wilusa, resueltas de manera amistosa en esta carta: ​ «Ahora es cuando hemos llegado a un acuerdo en el asunto de Wilusa respecto al cual estuvimos enemistados».
La última mención de Wilusa conservada en fuentes hititas aparece en un fragmento de la llamada Carta de Millawanda, remitida por el rey Tudhaliya IV (1240-1215 a. C.), a un destinatario desconocido. En ella, el rey de los hititas explica que va a usar todos los medios a su alcance para reponer en el trono de Wilusa a Walmu, un sucesor de Alaksandu que había sido destronado y exiliado. Sin embargo, T. R. Bryce, dice que este hecho es mencionado con anterioridad, consignándolo en su reinterpretación de la Carta de Tawagalawa. ​ Además, en los anales del rey Tudhaliya I/II (siglo XIV a. C.), este declara que tras una expedición de conquista, una serie de países le declararon la guerra, en cuya lista se encuentran, seguidos: «...el país Wilusiya, el país Taruisa...». Algunos investigadores, como Garstang y Gurney, han deducido que Taruisa podría identificarse con Troya; sin embargo, esta equivalencia no cuenta aún con el respaldo de la mayoría de los hititólogos. 

Troya en las fuentes egipcias
No es segura la mención de Troya en las fuentes egipcias de la Edad del Bronce. Sin embargo, algunos eruditos han investigado la relación que podría tener con las inscripciones de Medinet Habu que cuentan la batalla de los egipcios de la época de Ramsés III contra los pueblos del mar, que intentaron una invasión de su territorio hacia 1176 a. C. Según las inscripciones, los egipcios derrotaron en una batalla terrestre y en otra marítima a una coalición de pueblos de identificación dudosa. Entre las denominaciones de los pueblos que componían la coalición figuran los weshesh —que podrían tener relación con Wilusa— y los tjeker —que se han puesto en relación con los teucros.
En fuentes egipcias más recientes es interesante el testimonio recogido en la lista de faraones de Manetón, un sacerdote egipcio del siglo III a. C. que indica que la caída de Troya tuvo lugar durante el mandato de Twosret, lo que la situaría entre los años 1188 y 1186 a. C. 

Troya en las fuentes históricas griegas
Los primeros colonos griegos que llegaron al territorio de la Tróade debieron ser emigrantes eolios. ​ El origen del santuario de Atenea de la ciudad podría remontarse al año 900 a. C. Explica el arqueólogo Dieter Hertel que:
Como muy tarde desde 900 a. C. fue también venerada la diosa griega Atenea, como se deduce del grueso sedimento sobre el revestimiento del pozo del bastión nororiental, que estaba completamente lleno de residuos de ofrendas.
Otros autores, en cambio, sostienen que los griegos no llegaron a colonizar Troya hasta el año 700 a. C. En todo caso, hasta el siglo III a. C. debió ser una entidad pequeña de población, de menor nivel que otras colonias litorales próximas como Sigeo y Aquileo. Troya fue parte del reino de Lidia, teniendo como capital a la ciudad de Sardes probablemente desde la época de Aliates, uno de los reyes de la dinastía Mermnada, de principios del siglo VI a. C. El último rey de esta dinastía fue Creso, que llegó a reinar sobre casi todos los territorios al oeste del río Halis.
Los persas, bajo el mando de Ciro II el Grande, derrotaron a Creso en la batalla del río Halis e invadieron su reino, incluida Troya, en 546 a. C. Entre 499 a. C. y 496 a. C., durante la revuelta jónica, los eolios apoyaron a los jonios contra los persas bajo el reinado de Darío I, pero la rebelión fue sofocada. Himeas fue el general persa que sometió a Ilión en esta revuelta. ​ Posteriormente la visita de Jerjes I a Troya en 480 a. C. fue también relatada por Heródoto, que cuenta que sacrificó a Atenea mil bueyes y los magos ofrecieron libaciones a los héroes. ​ Una de las consecuencias de la firma de la Paz de Calias entre persas y atenienses fue que Troya, junto a muchos territorios de Asia Menor, estuvo bajo la dirección de Atenas desde 449 a. C.; luego, a fines de ese mismo siglo pasó a pertenecer a un principado dárdano dependiente de Persia; pero poco después, desde 399 a. C., se convirtió en aliada de Esparta​ hasta que en el 387 a. C. volvió a pasar a control de Persia tras la firma de la Paz de Antálcidas con Esparta.
En el 360 a. C. Caridemo tomó Ilión, que fue reconquistada poco después por Atenodoro de Imbros.
Alejandro Magno protegió especialmente la ciudad, a la que llegó en 334 a. C. Él mismo se consideraba como un nuevo Aquiles y guardaba como un tesoro un ejemplar de la Ilíada. La visita de Alejandro Magno a Troya es narrada por Plutarco y por Estrabón:
Subió a Ilión e hizo un sacrificio a Atenea, así como libaciones a los héroes. En la tumba de Aquiles, tras ungirse de aceite y correr desnudo junto con sus compañeros, como es su costumbre, depositó coronas, llamándolo bienaventurado, porque en vida tuvo un amigo leal y tras su muerte un gran heraldo de su gloria.
Dicen que la ciudad de los actuales ilieos había sido durante un tiempo una aldea con un pequeño y humilde santuario de Atenea, pero que cuando Alejandro llegó allí después de la batalla del Gránico adornó el santuario con ofrendas, dio a la aldea el título de ciudad, ordenó a los encargados que la realzaran con edificios y le otorgó la libertad y exención de impuestos. 
Tras derrotar a los persas prometió hacer de Ilión una gran ciudad, aunque fue Lisímaco de Tracia, uno de sus generales, el artífice de la mayor parte de las reformas y ampliación de la ciudad.
Entre los años 275 y 228 a. C., Troya perteneció al Imperio seléucida, que años atrás había sido fundado por Seleuco, otro de los sucesores de Alejandro. Del 228 a. C. al 197 a. C., la ciudad fue independiente, pero con vínculos con el Reino de Pérgamo. Volvió a pertenecer a los seléucidas entre 197 a. C. y 190 a. C. Durante toda esta época siguió siendo importante el culto a Atenea. Un ritual que se celebraba en su honor era el sacrificio de bueyes, que se colgaban de un pilar o un árbol y allí se les abría la garganta.
Áyax el menor arrastra a Casandra, agarrada al Paladión. Copa ática de figuras rojas, 440-430 a. C. 

También se celebraba, probablemente desde el siglo VIII a. C., una costumbre relacionada con el mito de la guerra de Troya: según la leyenda, Áyax Locrio había arrastrado durante el saqueo de Troya a la princesa Casandra mientras ella, para buscar la protección divina, se había agarrado a la estatua de Atenea. Por esta causa, los locrios habían sido obligados por el Oráculo de Delfos a enviar cada año durante un periodo de mil años a dos o más muchachas de origen noble a Troya. Las muchachas, una vez llegadas a la costa troyana, trataban de alcanzar el templo de Atenea; si lo conseguían, se convertían en sacerdotisas del templo, pero los habitantes de Troya trataban de matarlas en su trayecto. Si alguna moría, los locrios debían enviar otra en su lugar. La mayoría lograba su objetivo y alcanzaba el templo de Atenea. Hay controversia sobre cuándo dejó de practicarse esta costumbre. Algunos señalan que finalizó tras la guerra focidia, en 346 a. C.; otros creen que se practicó hasta el siglo I.

El final de Troya
Después de que el emperador Constantino promulgó la libertad religiosa por medio del Edicto de Milán y que cesó con la persecución al cristianismo, el emperador Juliano el Apóstata, partidario de las antiguas creencias, visitó la ciudad en 354-355, pudiendo comprobar que la tumba de Aquiles seguía allí y que se seguían ofreciendo sacrificios a Atenea. Sin embargo, en 391 se prohibieron los ritos paganos.
Hacia el año 500 ocurrió un gran terremoto que provocó el definitivo derrumbe de los edificios más emblemáticos de Troya. Parece ser que Troya siguió siendo un asentamiento poblado durante la época del Imperio bizantino, hasta el siglo xiii, pero apenas se tienen noticias de sucesos ocurridos en ella y poco después la misma existencia de la ciudad cayó en el olvido. Tras la Caída de Constantinopla en 1453, la colina sobre la que se asentaba Troya fue llamada Hisarlik, cuyo significado en turco es ‘dotada de fortaleza’. 

Historia de las excavaciones
Desde comienzos del siglo xix el hallazgo de inscripciones en monedas había convencido a Edward Daniel Clarke y John Martín Cripps de que en la colina de Hisarlik, a unos 4,5 km de la entrada de los Dardanelos, en la provincia turca de Çanakkale, estuvo emplazada la ciudad de Troya al menos cuando esta era una ciudad grecorromana. En su Disertación sobre la topografía de la llanura de Troya, publicada en Edimburgo en 1822, el estudioso escocés Charles MacLaren había sostenido la hipótesis de que el emplazamiento de la Nueva Ilión grecorromana coincidía con el de la fortaleza cantada por Homero. Para corroborarlo, realizó un viaje a la Tróade en 1847 y en 1863 reeditó su obra en la que confirmaba su hipótesis.
Sin embargo, no todos los investigadores se mostraban de acuerdo. En 1776, el francés Choiseul-Gouffier había opinado que la antigua Troya estaba ubicada cerca de la aldea de Bunarbaschi, a unos 13 kilómetros de los Dardanelos y esta hipótesis fue popularizada en 1785 por Jean-Baptiste Le Chevalier que, al visitar la zona, consideró que los restos debían estar en la colina denominada Balli Dag. Así pues, en 1864, un equipo dirigido por el diplomático austriaco Johann Georg von Hahn realizó excavaciones en esa colina y encontró restos de una antigua colonia griega, pero este asentamiento solo había existido entre los siglos VII y IV a. C. ​ y se ha identificado con la colonia de Gentino.
En aquella época ambas posibilidades no eran seguidas demasiado en serio por la mayoría de los académicos.

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Heinrich Schliemann
La colina de Hisarlik tras las excavaciones de 1871-73.
El primero que dirigió excavaciones en la zona de la colina de Hisarlik fue el ingeniero John Brunton, en 1856, pero el lugar exacto donde las realizó no está claro. ​ Algunos años después, en 1865, Frank Calvert emprendió excavaciones en las que halló restos del templo de Atenea, de muros y algunos otros fragmentos de cerámica pero tuvo que abandonar los trabajos. Cuando el alemán Heinrich Schliemann visitó casualmente a Calvert durante un breve viaje que había hecho a Tróade en 1868, se convenció de que la ubicación de Troya estaba en esa colina. Por ello, a partir de 1870 el alemán inició allí las excavaciones a gran escala. La prosecución de los trabajos llevó a Schliemann a distinguir siete ciudades o estadios de ocupación del lugar, asignando la fase de Troya II a la Troya homérica. Entre sus más llamativos hallazgos figura el llamado Tesoro de Príamo. A partir de 1882 volvió a excavar en el lugar junto con Wilhelm Dörpfeld, que había trabajado en las excavaciones alemanas en Olimpia. Schliemann se vio obligado a reconocer que el estrato de Troya II era mucho más antiguo y fue Troya VI la que pasó a ser considerada como la ciudad homérica. Tras la muerte de Schliemann, Dörpfeld volvió a excavar entre 1893 y 1894. El resultado de estas campañas fue el hallazgo de nueve ciudades construidas sucesivamente las unas sobre las otras.
Entre 1932 y 1938, un equipo estadounidense volvió a excavar en el lugar, bajo la dirección de Carl William Blegen, que diferenció con mayor detalle cada una de las fases de construcción de las ciudades y propuso a Troya VII A como la ciudad destruida por los griegos micénicos. En 1988 se reanudaron las excavaciones, dirigidas por el alemán Manfred Korfmann, que logró importantes descubrimientos, como el hallazgo de un gran barrio bajo en Troya VI.
Tras el fallecimiento de Korfmann en 2005, las excavaciones pasaron a ser dirigidas por el austriaco Ernst Pernicka. En septiembre de 2009 fueron encontrados los restos de dos personas junto a otros restos de cerámica que por sus características podrían ser de en torno a 1200 a. C. Los resultados de las excavaciones se estudiaban en la unidad de trabajo llamada Proyecto Troya, de la universidad de Tubinga y cada año se publicaba lo más importante en la revista Studia Troica.
En 2012 dejó de trabajar en Troya el equipo de arqueólogos de la universidad de Tubinga. ​ A partir del 2013, las excavaciones pasaron a depender de la Universidad de Çanakkale y el director de las excavaciones es Rüstem Aslan.
Muchos de los objetos hallados en las excavaciones se exponen en museos, como el Museo Arqueológico de Çanakkale, ​ el Museo Arqueológico de Estambul, el Museo Pushkin de Moscú, ​ el Museo del Hermitage de San Petersburgo, ​ el Museo Británico de Londres y el Museo de Prehistoria y Protohistoria de Berlín.
A raíz de las distintas excavaciones ha sido reconstruida la historia de Troya y se han establecido diez fases de ocupación. Las cuatro primeras, desde Troya I a Troya IV, se desarrollaron durante el III milenio a. C. ​ habiendo una clara continuidad cultural hasta la Vª Troya. Troya VI da fe de un segundo florecimiento de la ciudad. Troya VII es la principal candidata para identificarse con la Troya homérica. Troya VIII y Troya IX cubren la Grecia arcaica, la época clásica, el período helenístico y romano. Troya X es la perteneciente al periodo bizantino. Desde el primer asentamiento hasta Troya VII no existen restos de documentación escrita que ayuden a la valoración histórica y social del desarrollo de la ciudad.
La fuerza de Troya se basa en el control estratégico de este paso. Troya logró crear un imperio basándose en ese control. Dio lugar a una guerra de diez años por él, rutas que confluyen.
Durante mucho tiempo la localización de Troya ofreció muchas dudas por pensar que Troya debería estar más cerca del mar (según la Ilíada). Pero es que el río Escamandro y el Simoi en la antigüedad eran navegables, y la propia Troya tenía un puerto. 
Vamos a sobrevolar por las alturas de Troya, no porque Troya sea una ciudad griega. Los últimos descubrimientos indican que no lo fue. Era una ciudad típicamente oriental, situada en la Anatolia de los hititas, con capital en Hatussa. Pero todos los indicios apuntan a que bien pudo ser conquistada por nuestros antecesores micénicos, allá por al año 1.250 a.C. De forma que, para tratar de explicar el afán de los micénicos por Troya convendrá que conozcamos con detalle por dónde para Troya.
Como de costumbre, avistaremos Troya a vista de pájaro. Remontándonos lo debido, veremos al norte el Mar Negro y hacia el suroeste, el mar de Mármara. Entre uno y otro, el estrecho del Bósforo, donde en el futuro se situará Constantinopla, ahora una aldea insignificante o ni siquiera eso. Y entre el mar de Mármara y el Egeo, el largo paso de los Dardanelos. Al sur del paso, Troya, o Vilio, como se llamaba en su lengua primera, Vilussa para los hititas. 
El agua que discurre hacia el mar Egeo por el paso de los Dardanelos solía tener una corriente de hasta 9 km/hora. Además, el viento no favorecía la entrada de las naves en el Mar Negro. Salvo de Abril a Junio, el resto del año soplaba un viento de hasta 16 km. por hora hacia el oeste. En la Edad del Bronce no se sabía navegar en contra del viento. De ahí que los barcos que querían entrar en el Mar Negreo tenían que esperar viento favorable. Esperar... ¿dónde? En Troya, en su puerto. Pagando el correspondiente impuesto al rey de la ciudad, claro. 
Descendiendo un poco más, veremos que Troya está estratégicamente situada en el fondo de un puerto natural. Sus orígenes se remontan hacia el año 2.920 AEC. En tales épocas, el mar llegaba hasta el pie de la colina sobre la que se alzaba Troya. En aquella época había una aldea, Kumteke, a la entrada del puerto natural y otra, Besik-Yassitepé, dando al mar. Troya estaba situada en un promontorio, unos 22 metros sobre el nivel del mar.
Así pues, Troya se llenaba de marineros y de capitanes de barco durante gran parte del año. Al margen del tráfico marítimo, Troya era una ruta de acceso a Anatolia, inicio de una ruta comercial para las mercancías que venían del Danubio. De ahí la importancia de la ciudad, su crecimiento y su interés económico. Hatti, en Anatolia, son los hititas. Al este, el Mitanni, y más al sur, Siria. Egipto, más al sur aún, era la otra fuerza hegemónica de la época. 
Veamos ahora la génesis del descubrimiento. Ya sabemos que en la Antigüedad los poblados se construían sobre colinas, donde la defensa era más fácil. El conjunto del poblado se rodeaba de una muralla, de madera primero, de piedra más tarde. Las casas eran de adobe y madera. A consecuencia de un terremoto, una inundación o un ataque, el poblado podía quedar destruido. La lluvia, el viento y el tiempo en combinación terminaban por sepultar las ruinas de lo que fue un poblado antiguo. Si el terreno era favorable, otra ciudad podía construirse encima. Y podía repetirse la historia.  
Ahora veamos la realidad de Troya, todo ello gracias al hallazgo de Henrich Schliemann. En marrón más oscuro, la Troya primitiva, Troya I. En marrón más claro, Troya II. La Troya de época micénica es ya Troya VI, en rojo. Las murallas de Troya I son ahora las murallas de la acrópolis de Troya VI, que se extiende por la ladera de la colina. En azul oscuro, la Troya griega. Y en azul claro, la Troya romana.
Planta de los edificios más importantes en las diferentes fases de construcción. 
Como se aprecia, es un mosaico de ciudades superpuestas. Los romanos, los mejores constructores, o al menos los que disponían de más medios, construyeron sus edificios con sólidos cimientos, y al hacerlo, destruyeron parte de las capas anteriores. No obstante, la suma de todas las capas que se depositaron a lo largo de los 2.000 años que van desde su fundación hasta Roma, suponen 15 metros de altura. Lo que da una idea de la fuerza de la Naturaleza a la hora de hacer crecer un país. 
Schliemann, aficionado él, creyó que la Troya homérica y micénica había sido la del nivel II, casi abajo del todo. Investigadores posteriores, más profesionales, le han corregido: Fue la del nivel VI o bien el VII. El nivel II es de 1.000 años antes de nacer Agamenón y su padre Atreo, el de las comidas indigestas. 

Troya I
La ciudadela de Troya I presenta diez fases constructivas desarrolladas, según Carl Blegen y otros, a largo de cinco siglos: entre 2920-2500/2450 a. C., aproximadamente. Su potencia estratigráfica es de más de cuatro metros y ocupa solo la mitad noroccidental de la colina. Sacada a la luz por Heinrich Schliemann, estaba constituida por un recinto de murallas fortificadas de piedra, de 2,50 m de grosor, probablemente con bastiones cuadrangulares; quedan huellas del oriental, con una altura de 3,50 m y que controlaría la entrada. Estaba formada por piedras irregulares y se estrechaba por la parte alta. Las viviendas asociadas son de planta rectangular y hay restos de un megaron. ​ Aparece, por primera vez, cerámica decorada con rostros humanos esquemáticos. Alojó a una población cuya cultura, llamada de Kum Tepe, está considerada perteneciente al Bronce Antiguo. Fue destruida por un incendio, reedificada y dio así origen a Troya II.
Vamos ir viendo cómo era la ciudad de Troya en cada época. Pero antes veamos un perfil de las Troyas que vamos a conocer. Cierto que toda esta información la conocemos a través de la Arqueología y que estos conocimientos no son definitivos. 
Aún quedan preguntas por responder y los entendidos no están de acuerdo en todos los extremos. 
Esto nos puede dar una idea de que, 135 años después de ser descubierta y cuando por ella han pasado docenas de expertos y decenas de años de excavaciones, Troya aún no ha desvelado todo sus secretos.  
Efectuemos un tajo por la colina sobre la que se asienta Troya. Y pintemos de colores distintos las murallas de la ciudad baja y de la ciudadela, o acrópolis, de cada etapa de Troya. Y a nuestra vista se ofrecerá lo que viene a continuación, magistralmente expuesto en la fuente citada. La altura de la ciudad es mínima en la fase de Troya I, en amarillo. En la fase de Troya VI, la de época micénica, la diferencia de cota entre la muralla primera y la de la acrópolis indica el máximo crecimiento de la ciudad.
Corte de la colina de Hissarlik, con las fases constructivas. 
Pues bien, veamos cómo era la primitiva Troya en el Bronce Antiguo, entre los años 2.920 y 2.650. Podemos compararla con el desarrollo de la civilización en Egipto, coincide con el Imperio Antiguo. 
Reconstrucción de Troya I, con sus edificios rectangulares y las puertas defendidas por dos torres, (2.920 - 2.650). 

En este estrato se han encontrado vasijas fabricadas a mano, de color marrón oscuro, como las que se muestran en la imagen siguiente. 
Cerámica hallada en Troya I.

En esta época, Troya I está en el límite de la civilización de Oriente y participa progresivamente de los "adelantos" del área. Por la posición estratégica que tiene aumenta el volumen de su población y sus murallas se refuerzan y alargan una y otra vez. Se convierte progresivamente  en una ciudad nueva, en Troya II.

Troya II
Aunque Troya I fue bruscamente destruida, no existe interrupción ni cronológica ni cultural con Troya II. Esta última se desarrolló entre 2500/2450-2350/2300 a. C., en ocho fases constructivas durante las que creció hasta ocupar una superficie de nueve mil m2. Su muralla, de planta poligonal, estaba construida con adobes levantados sobre una base pétrea. Tenía dos puertas accesibles por rampas de piedra y torres cuadradas en los ángulos. Las puertas más grandes están en el lado suroeste y daban acceso al palacio real, el megaron, a través de unos pequeños propileos. Esta fase de ocupación fue descubierta por Schliemann y reexaminada por Dörpfeld.
El edificio más importante es el megaron, originalmente de 35-40 m y cuya mayor estancia tiene unos 20 x 10 m, donde Dörpfeld encontró los restos de una plataforma que tal vez albergara un hogar. Los otros megara descubiertos por Dörpfeld debían ser las residencias privadas de la familia real y el almacén central con los excedentes. Según Dörpfeld, fue una ciudad muy próspera, como lo probarían los restos del gran recinto amurallado, la llamada Casa del Rey y sus más de 600 pozos, donde se almacenaban provisiones y que en general contenían fragmentos de grandes jarras de conservación, probablemente cubiertas de ladrillos, diseminados por toda la ciudadela.
La gran sencillez de los edificios del conjunto del palacio de Troya II se contrapone a la arquitectura oficial contemporánea de Mesopotamia bajo los reyes de Akkad (2300-2200 a. C.), de rico aparato escénico, como las residencias y los templos de los gobernadores de Lagash, y de la dinastía III de Ur, y a las construcciones monumentales del Egipto faraónico de la época del Imperio Antiguo (2950-2220 a. C.) Esta sencillez de los edificios de Troya sorprende al compararlos con la profusión y la riqueza de la joyería y orfebrería de la época, testimoniadas por el célebre tesoro que Schliemann atribuyó a Príamo y que Blegen asignó a la fase de Troya II. Éste es el patrimonio artístico más ingente y significativo de la Troya del tercer milenio a. C.
Rampa de entrada a Troya II 

Este tesoro está compuesto de valiosos objetos de metales preciosos y piedras, que fueron donados por Schliemann a Alemania y tras el fin de la Segunda Guerra Mundial fueron llevados a Moscú, donde actualmente se encuentran, en el Museo Pushkin. De los nueve lotes, los más importantes comprenden colecciones de puñales, utensilios y ornamentos de las vestiduras y muchas vajillas de oro y plata. Entre los objetos preciosos destaca un disco grande, provisto de un ónfalos —literalmente ‘ombligo’, una especie de abultamiento en el centro del objeto— y de un largo mango aplanado, que termina con una pequeña serie de discos pequeños. Se usaba para tamizar el oro, y es parecido a utensilios hallados en Ur y en Babilonia, entre finales del tercer milenio y principios del segundo milenio a. C. Entre las joyas hay dos diademas femeninas que adornaban la frente con una franja de menudas y tupidas cadenas de oro, terminando cada una de ellas con un colgante de láminas doradas en forma de flor o de hoja. Se encontraron junto con una serie de collares y pendientes, en una jarra grande de plata.
Un incendio acaecido hacia el 2300/2250 a. C. provocó la precipitada huida de los habitantes y marca el final de Troya II. 
En esta nueva y rica Troya II, las murallas llegan a tener 4 metros de altura. Sin embargo en Troya II se dan varios incendios, posiblemente tres. 
La ciudadela tenía ya entre 8.000 y 9.000 metros cuadrados y la ciudad baja, protegida por una segunda muralla, tendría 80.000 ó 90.000 metros cuadrados. La muralla de la ciudadela medía 330 m. de longitud y tenía hasta 4 metros de espesor. Dentro de ella había edificios del tipo "megaron" rectangulares con uno o dos pórticos en los extremos. Estaba dotada de un pozo de 14 metros de profundidad y una gruta artificial para recoger el agua.
Reconstrucción de Troya II, (2.600 - 2.450). 

Hemos de hablar de los megaron, un edificio típico del mundo heleno. Los primeros que se conocen de la zona están en Troya, en Troya II. El que viene es el plano de la ciudadela de Troya II. El denominado IIA, en el centro, es el edificio más importante de la acrópolis. Tenía un hogar circular, del mismo estilo que los vistos ya en Cnossos y Micenas
Ciudadela de Troya II con los grandes megara. 

Asimismo eran importantes las entradas con rampa a la ciudadela, parte de la arquitectura monumental del lugar. Lo que vamos a ver es la entrada marcada como FM en al imagen de arriba, en naranja. 
Tramos de la muralla de la ciudad y rampa de acceso empedrada en Troya II, (2.600 - 2.450). 

Indiquemos que en esa torre más clara que se ve a la izquierda de la rampa, escondido en tierra estaba lo que para Schliemann era el tesoro de Atreo". Para ver más claro el acceso a la ciudadela, disponemos de esta otra imagen.
Lugar donde se encontró "el tesoro de Atreo".   
  
Y ahora veamos cómo reflejó este mismo paraje Schliemann en uno de los dibujos de su libro. Compárese con la parte derecha de la foto anterior.
Grabado extraído de Ilios, de Henrich Schliemann, con la vista de los cimientos del muro de la acrópolis de Troya II. 

Troya II era una ciudad con riqueza abundante entre sus muros. Schliemann y posteriores arqueólogos han descubierto hasta 20 tesoros escondidos por los habitantes de Troya II y no recuperados posteriormente. De la época de Troya II es el falso "tesoro de Príamo", tan falso como "la tumba de Atreo". No estará de más que echemos un vistazo a lo poco que se puede ver de él. Agárrese el lector. 
Diadema de oro perteneciente al "tesoro de Príamo", hallado en Troya.  
    
Otra joya del tesoro hallado por Schliemann es la que figura a continuación, que corrió también la suerte del tesoro entero.
Detalle del gran pectoral de oro del "tesoro de Príamo".

Pues bien, el "tesoro de Príamo" fue descubierto hacia 1.875 por Schliemann en Troya y, ya veremos cómo, las joyas volaron para Grecia y en los Museos de Grecia se quedaron. Pero héteme aquí que en la Segunda Guerra Mundial desaparecieron. Y durante años y años se pensó que el tesoro de marras se había perdido. Hasta que en 1.993 la Federación Rusa declaró que "el tesoro de Príamo" había estado cuidadosamente guardado en el Museo Pushkin de Moscú, de donde se supone que deberá regresar al lugar de donde se tomaron prestadas las joyas por inadvertencia y sin querer. Esto es como Topkapi pero a lo grande. Y nadie dirá esta boca es mía. Pero hay que acostumbrarse a estas cosas. 
Tanto en el período Troya I como en el de Troya II, los alrededores eran suficientemente fértiles como para mantener a la población de la ciudad. Había zonas boscosas, se podía criar ganado, buey, cordero, cerdo y cabra, cultivar las tierras con cebada o trigo, y practicar la caza y la pesca, tanto en mar abierto como en agua dulce, pues dos ríos quedaban a pocos metros de la ciudad. 
El conejo se convirtió en la presa más fácil de obtener, junto con las ocas y los patos salvajes. El jabalí y el ciervo llegaron a escasear. Había algunos ejemplares de león, oso, pantera, hiena rayada, lobo, zorro y lince, pero fueron escaseando, ya que sus pieles eran muy apreciadas. Se recogían asimismo frutos del mar, en forma de crustáceos y mariscos. Pero la dieta consistía fundamentalmente en lo que se cultivaba o producía, no en lo que se cazaba o pescaba. Todo esto se conoce por los desechos hallados en las tres poblaciones de la Edad del Bronce ya indicadas. 
La ciudad de Troya II supone la existencia de un monarca de bastante importancia, capaz de acometer construcciones con edificios de 14 por 30 metros, lo que es ya notable para la época. Se inicia en Troya la arquitectura monumental, con salas de recepción o de culto, preparadas para acoger a un numeroso grupo. Durante este periodo se introduce en Troya el torno de alfarero, pues las vasijas pasan a ser modeladas al torno. Los colores se aclaran, la variedad aumenta.
Vasija fabricada al torno, en colores amarillo o bien rojo. Troya II. 

Schliemann se equivocó cuando identificó Troya II, que ya hemos visto, con la Troya de Homero, de Agamenón y Aquiles. Eso es cierto. Pero dejó tan claro el camino que, a su muerte, su ayudante, un Arquitecto versado en Arqueología, puso las cosas en su sitio y demostró que la Troya de la Iliada era más bien Troya VIIa, una reconstrucción inmediata de Troya VI. Aunque otros entienden que es Troya VII A, la Troya inmediatamente posterior a Troya VI.
 Una invasión, tal vez los aqueos,  parece que pone fin al desarrollo habido en las fases I y II, como vamos a ver. Corre el año 2.450 a.C. Pasarán 750 años con una Troya lánguida, las fases III, IV y V. Hacia 1.700 veremos que Troya VI y Troya VII conocen un nuevo auge. La guerra de Troya o una nueva invasión, los Pueblos del Mar, bajará el nivel hasta la completa desforestación, en Troya no habita un alma. 
Nuevo resurgir de las cenizas con la expansión helénica, que veremos más adelante, y surge la Troya helénica, Troya VIII, conquistada por los romanos, que son civilizados y que, por razones de prestigio de las que también hablaremos, dan aún más brillo a la vieja Troya, Troya IX. Pero la ciudad languidece de nuevo en los últimos siglos de pertenecer al Imperio Romano de Oriente y decae  irremisiblemente cuando el Islam toma posesión de tal Imperio, a mediados del siglo XV. Sólo el entusiasmo de Schliemann permitirá a Troya recuperar algo de su pasado esplendor. Pero ya estamos a finales del siglo XIX y nadie habitará en Troya, más allá del día en que se visita Troya con el autobús de la Agencia de Turismo. 
Estamos hablando de una ciudad más, una ciudad que no fue la capital de ningún Imperio. Cuando hablemos de cosas más importantes que una simple ciudad situada en los límites del mundo civilizado, no debe extrañarnos que el periodo de retroceso, o desconocimiento, sea incluso mayor... A buen entendedor...

Troya III-Troya IV-Troya V
Con el transcurso del tercer milenio a. C., una primera ola de invasiones de pueblos indoeuropeos marca en el área mediterránea sensibles cambios, registrados también en Troya en las fases III-V de la vida de la ciudad, cuya vida cultural no parece interrumpirse, pero sí ralentizarse drásticamente. Los restos de los edificios son exiguos y de calidad inferior a los de los precedentes y la imagen de conjunto del sitio responde más bien a la de un centro comercial que a la próspera ciudad del tercer milenio a. C. 

Troya III
Sobre las ruinas de Troya II se alzó Troya III (2350/2300 a. C.-2200 a. C.), de menor tamaño pero con una muralla de piedra labrada.​ Lo poco que se conoce también estaba construido casi completamente de piedra, a diferencia de los edificios precedentes que lo fueron de adobe. Son característicos de Troya III los vasos antropomórficos, como el hallado por Schliemann en 1872 y que según él representaba a Atenea Ilias. 

Troya IV
Con una superficie de 17.000 m2, Troya IV (2200-1900 a. C.), muestra la misma técnica de amurallamiento que Troya II y Troya III. En cambio son nuevos los hornos en cúpula y un tipo de vivienda con cuatro habitaciones. 

Troya V
Troya V (1900 a. C.-1700 a. C.) es una total reconstrucción de Troya IV, sobre la base de un plano urbanístico más regular y con casas espaciosas, pero sin una ruptura cultural con respecto a los asentamientos precedentes. Con ella, finaliza la fase premicénica de la historia de Troya.
Troya II se hunde en la Historia arrasada por un incendio. Pues bien, sea como sea, tras las  murallas y construcciones de Troya II, viene un período en el que se aprovecha lo que hay, lo que queda en pie, pero en la que no se construye nada de la categoría de lo anterior. Dicen los entendidos que  poca gente vive en Troya durante los niveles III, IV y V. Troya es una ciudad abierta, sin murallas, posiblemente porque no hay nada que valga la pena defender. 
Parece claro que los primeros que llegaron tras el desastre citado construyeron sus casas en lo alto de la colina, protegidas por las gruesas murallas de tiempos pasados, hasta que no cupo ni una más. "El que venga atrás, que arre", que se decía en tiempos de mis abuelos, cuando había carros tirados por caballos. 
Reconstrucción del sitio Troya III. 

Y pasamos como sobre ascuas por los períodos Troya IV y Troya V. Entre las tres fases, la III, la IV y la V, cubren el período que va de 2.450, fecha en que se hunde Cnossos, a 1.700. Estamos aún en la Edad del Bronce, lo que significa que en la región no se conocen aún herramientas ni armas de hierro.
De una colección de fases de Troya superpuestas, que se ofrecían en el número 8 de la revista Arqueo, he separado y retocado un tanto las correspondientes a Troya IV y Troya V. El retoque se sitúa en la ciudadela de Troya V, tapada por la fase siguiente. Son éstas. 
Parece que en Troya V las casas de extramuros disminuyen. Sea como sea, en esta época de 750 años, la cerámica hallada en Troya muestra una tendencia a una mayor diversidad y a un mejor diseño.
Ejemplos de cerámica arcaica en las excavaciones de Troya IV y V. 

Y ya estamos listos para visitar Troya VI. Que tras lo que veremos en Troya VI hay un monarca o una dinastía estará claro por la magnificencia de las construcciones. Ya hemos visto las casitas que se construyen los particulares. La arquitectura monumental es obra de alguien que quiere asombrar al visitante, alguien que desea darse lustre.  

Troya VI
Gráfico de las capas del yacimiento arqueológico.

Troya VI (1700-1300 a. C. o 1250 a. C.) corresponde al periodo crucial de la historia anatolia comprendida entre el fin de las colonias comerciales asirias de Kültepe-Kanish -hacia mediados del siglo XVIII a. C.- y la formación y la expansión del Imperio hitita -hasta la primera mitad del siglo XIII a. C.-, cuando probablemente un fuerte terremoto acabó con la ciudad, que había resurgido a una nueva vida, tras la larga fase precedente de «ciudad mercado».
Fue un lugar próspero, sede de un rey, príncipe o gobernador y centro administrativo que fue progresivamente ampliado hasta alcanzar en el siglo XIV a. C. su forma definitiva. Estuvo habitada por inmigrantes de origen indoeuropeo que se dedicaron a nuevas actividades como la cría y doma de caballos, imprimieron un gran desarrollo a la tecnología del bronce y practicaron el rito funerario de la incineración. La mayoría de los fragmentos de cerámica son de la llamada «cerámica gris de Anatolia»​ Las vasijas micénicas que también han sido halladas son una prueba de la existencia de relaciones comerciales entre Troya y la civilización micénica.
Entre las estructuras fundamentales de Troya VI destaca la fortaleza, con el monumental bastión de 9 m de altura y ángulos muy agudos, en posición análoga a la de Troya II, en el Bronce Antiguo, dominando el curso del Escamandro. En caso de asedio, disponía de una enorme cisterna de 8 m de profundidad en el interior del bastión central. El trazado de las murallas con un diámetro de unos 200 m —el doble del recinto más antiguo—, se desdobla en un segundo cerco concéntrico al precedente con una altura media de 6 m y un grosor de 5 m. Se llegaba por una puerta principal, controlada por una torre fortificada y por otras tres secundarias, de las que partían en sentido radial amplias calles convergentes hacia el centro septentrional de la ciudad, hoy desaparecido. Al atravesar las puertas se encontraban piedras rectangulares, en forma de pilar, encajadas cada una en otro bloque de piedra, del tamaño aproximado de una persona. Este tipo de elementos arquitectónico es bastante común en el ámbito hitita. El arqueólogo Peter Neve cree que podrían estar relacionados con el culto a divinidades protectoras de las puertas, mientras Manfred Korfmann sugiere que podrían estar relacionadas con el culto a Apolo.
La técnica de construcción resulta compleja, con la estructura de base de piedra y la superestructura de adobes en una altura de 4-5 m. En el interior de las murallas aún hay pocas viviendas de planta rectangular y provistas de un pórtico, pero solo se conserva la planta baja: entre las ruinas más imponentes de Troya VI hay que señalar la llamada "Casa de los Pilares", de forma trapezoidal, de 26 m de larga y 12 m de ancha. Está formada por un recibidor, al este, y una amplia sala central, que termina en tres pequeñas habitaciones posteriores. Se trataba de un edificio público para las ceremonias oficiales reales.
En Troya VI, la disposición de los edificios y de los ejes de circulación se adaptaba a la forma circular de las murallas, cuyo centro debían de constituirlo el palacio y su templo. En otra colina llamada Yassitepe, más cerca del mar, se ha encontrado una necrópolis de la época de la Edad del Bronce con inhumaciones de hombres, mujeres y niños, así como ajuares funerarios formados por los mismos tipos de cerámica hallados en Troya VI. En este lugar se han encontrado también algunos restos de incineraciones.
El gran barrio bajo de la ciudad fue descubierto por Korfmann a partir de 1988, ayudado por una nueva técnica llamada prospección magnética. Tras este descubrimiento, se atribuye a la ciudad una superficie de 350 000 m², es decir, trece veces más grande que la acrópolis ya conocida. Con unas dimensiones también considerables, Troya sobrepasaba en superficie a otra gran ciudad de la época, Ugarit (200 000 m²), y es de hecho una de las ciudades más grandes de la Edad del Bronce. Su población oscilaría entre 5 000 y 10 000 habitantes. En caso de asedio se estima que podría albergar 50 000 habitantes de toda la región. Ante él, fueron descubiertos, en 1993 y 1995, dos fosos paralelos de 1 a 2 metros de profundidad, que podrían haber servido de defensa contra un ataque perpetrado con carros de guerra. También fueron halladas, en 1995, una puerta de la fortificación del mencionado barrio, el arranque de la muralla del barrio bajo y una calzada empedrada que desde la llanura del río Escamandro se dirigía a la puerta occidental de la acrópolis. 

La Troya homérica.
La Troya cantada por Homero, la Troya de Príamo, de Agamenón y de Brad Pit, ésa es la que vamos a tratar de conocer a partir de hoy. (Quede claro que hay un intencionado anacronismo en la frase anterior, que el lector deberá descubrir). No se puede hacer demasiada distinción si hablamos de Troya VI o se trata de Troya VII A, será la Troya de Homero. Y tampoco importa demasiado, ya que nos vamos a basar sobre todo en reconstrucciones de la Troya que todo el mundo tiene en la cabeza.
A vista de pájaro, situada en su entorno, así debía de ser la Troya que hacía la competencia comercial a Micenas allá por los siglos XIII, XIV y XV antes de Cristo. De nuevo tenemos una ciudad amurallada, bien compacta, con la ciudadela dando frente al mar y la ciudad baja, también amurallada, extendiéndose colina abajo. 
Troya VI hacia 1.500. 

Vamos a ver varias versiones de la misma ciudad. En primer lugar, Troya vista por su descubridor, Henrich Schliemann. Si el lector compara este dibujo con el que hiciera Schliemann de Micenas, verá que tras la plumilla está la misma mano. Hasta el mismo espectador vestido con traje típico.
Las ruinas de la antigua Troya. Dibujo de su descubridor. 

Una característica típica de las murallas troyanas son unos resaltes muy ligeros cada tramo de lienzo de la muralla. Se aprecian en la maqueta. En la parte más elevada, el palacio del monarca.
Reconstrucción de Troya en la Edad del Bronce con el mégaron en la parte superior. 

La reconstrucción de Troya se hace de modo que la muralla de la ciudadela coincida con la muralla de la ciudad Troya II. Otra versión de la misma ciudad, realizada por otro equipo distinto. Se puede comprobar que los edificios no coinciden punto por punto, aunque sí coinciden las murallas, las avenidas y la planta aproximada de los edificios. Las almenas adoptan en la maqueta una forma que recuerda a las murallas medievales occidentales. 
Troya VI, considerada actualmente como la ciudad de Príamo. 

La Troya cantada por Homero no era sólo la ciudadela, o acrópolis, sino que existía además una ciudad baja, defendida por importantes murallas, que formaba parte del conjunto de Troya. Con ello la Troya VI ha visto multiplicada por 10 su extensión., y por tanto, su importancia.
Comencemos a imaginar la vida en la Troya que iba a terminar conquistada, aunque no destruida, por las huestes micénicas. Paseémonos por sus murallas, como si estuviéramos allí. Fíjese el lector en los resaltes antes indicados. Están hechos tallando las piedras. Teniendo en cuenta que no se manejaban aún herramientas de hierro, esto tiene un indudable mérito. 
Las murallas de la ciudadela de Troya VI. Puerta Este. 

Las murallas de la ciudadela de Troya VI. Torre Este, que defiende la puerta Este, al fondo. 
Y para que nos situemos en el conjunto, veamos un plano de la citada ciudadela. En ella se señalan tanto la torre Este que acabamos de ver como el paseo entre murallas de la foto anterior, murallas que embocan una de las entradas a la ciudadela.   
Plano de las murallas y de los edificios de la ciudadela de Troya VI.

Para terminar, una reconstrucción de lo que pudo haber sido tanto la muralla exterior de Troya I como la muralla de la ciudadela de Troya VI. No obstante, las vestiduras de los troyanos corresponden a Troya I, así como la estela con rostro, plantada delante de una de las torres que defienden la puerta de acceso a la ciudad. Las murallas eran de piedra en la parte inferior y de ladrillos de adobe en la superior.
Reconstrucción de la puerta sur y principal de Troya I.  

Nos queda intentar conocer cómo era la vida de los habitantes de la Troya que conocería la guerra de Troya. Y saber qué dicen los arqueólogos sobre la tal guerra, a resultas de sus hallazgos. ¿A quién hay que dar más crédito, a Homero o a los arqueólogos modernos? Sin dudarlo, a los arqueólogos. De paso, hablaremos de Homero y, conociéndole, tal vez nos expliquemos las diferencias. Y la razón 
Para situarnos bien en la ciudad que vamos a visitar de manera virtual, recordemos la forma de la ciudad de Troya VI. La ciudadela estaba al borde del barranco, de cara al mar. La ciudad llana es extendía por detrás de la ciudadela. La ciudadela era lo más difícil de tomar, siempre en la parte más alta de la ciudad. En ella, rodeado de otra muralla, estaba el palacio del monarca. Si el enemigo tomaba la ciudad, aún cabía la resistencia en la ciudadela interior, mejor protegida incluso que la ciudad.
¿Por dónde atacaron los helenos? Por la ciudad baja, allá donde el terreno era más accesible y las defensas no tan fuertes. En las murallas de la ciudad baja se dio la batalla. Eso indican los restos arqueológicos.
La ciudad de Troya hacia 1.500 a.C. 

Veamos entonces unas cuantas vistas de la ciudad, antes de la llegada de los furibundos micénicos. En la ciudadela, además del palacio del rey de Troya, había varios edificios. Uno de ellos es el que veremos a continuación. La rampa de la izquierda sube al palacio, adonde llevan el menú del día. A la derecha, la muralla de la ciudadela, con el paseo de ronda y una escalera de acceso al paseo de ronda. Como era costumbre, la parte inferior de los muros, de piedra. La parte superior, de ladrillos de adobe. Tanto las murallas como los diversos edificios presentan una fuerte talud, o pendiente, en la fachada, hacia fuera, con lo que los constructores mejoraban la estabilidad del edificio. Veremos resaltes en las fachadas por todos los sitios. Posiblemente una manera de dar rigidez a los muros.
Edificio conocido como VI M, en la parte sur de la ciudadela. 

En la foto anterior hemos visto la muralla de la ciudadela desde dentro. A continuación veremos esa misma muralla desde fuera, desde la ciudad baja. En ella pulula el populacho. En la ciudadela, el acceso está más restringido, pues sólo viven algunos funcionarios y sus familias. En la imagen que sigue se aprecia a la izquierda la muralla de la ciudadela, con sus torres principales. Y a la derecha, la muralla de la ciudad baja, también provista de torres a intervalos. En la muralla de la ciudadela, los resaltes.
La Torre, la Puerta Este de la ciudadela y la ciudad baja.
Troya era una ciudad viva, floreciente, tributaria o aliada de los reyes hititas.
Puerta Sur con su torre. Al fondo, la torre Este y la puerta Este. 

Troya VI estaba bien defendida, como puede verse.
La ciudadela estaba al borde de un barranco y tenía la espalda guardada por la propia ciudad. La parte norte de la ciudadela tiene hoy este aspecto. Fue una de las primeras cosas que Schlieamnn descubrió. Las murallas de la ciudadela de Troya VI llegan a tener 5 metros de espesor y hasta 8 metros de altura. Su perímetro mide 550 metros de longitud.
Parte norte de la muralla de la ciudadela.

El mismo bastión en su época. Como el lector puede comprobar, la ciudadela era prácticamente inexpugnable desde este lado. Un eventual ataque se realizaría desde una posición muy desfavorable, con ínfimas posibilidades de triunfar. El camino de la derecha se conserva en perfecto estado, pero era sólo para gente amiga. Arriba del todo, la trasera del palacio del rey de Troya.  No es sorprendente que en la Ilíada, la guerra durara 10 años.
Reconstrucción del bastión Norte de la ciudadela de Troya VI. 

Por el camino de la izquierda, se bordeaba la muralla dela ciudadela y al final se iniciaba la muralla de la ciudad baja. El camino discurría bajo la amenaza de la muralla. Al final se aprecia la puerta de madera, en la muralla de la ciudad baja. Otro acceso a Troya que era sólo para gente amiga.

Ahora vamos a ver este mismo camino desde lo alto de la muralla. Así comprenderemos que las ciudades antiguas se construían pensando en el sitio por parte del enemigo. ¿De qué enemigo? De cualquiera, incluso de enemigos desconocidos. ¿Enemigos? Ya vendrán. Para ellos está el troyano preparando sus defensas, mientras su abuelo toma el sol. Note el lector que hay otra estela dominando la puerta. Estelas de este mismo tipo, con caras de ídolos esculpidas en ellas, se han encontrado en la ciudad de Hatussa, capital del reino hitita.
Parte superior del Bastión Norte, dominando el acceso a la ciudad baja.

Como ya se ha comentado, desde lo alto de las murallas nunca se arrojó agua ni aceite hirviendo sobre los atacantes. El agua y el aceite eran preciosos en una ciudad antigua. Mucho más, en una ciudad sitiada. Se arrojaban prosaicas piedras. Material que no costaba nada, que había en abundancia, que se manejaba con facilidad, que alcanzaba al enemigo a cierta distancia. 
Proyectiles de piedra y puntas de lanzas hallados en Troya VI y VII. 

Ahora, adentrémonos un poco en lo que se ha podido saber sobre la guerra de Troya y el posible sitio de Troya por guerreros micénicos. Me parece deducir de las fuentes consultadas que no hay seguridad de que el final de la Troya de la Edad del Bronce lo haya sido a causa de una guerra y conquista por un ejército micénico. Hay indicios de que bien pudo ser así, pero tal vez no hay pruebas definitivas. Lo que sí es muy firme es la convicción de que los habitantes y los modos de vida de los troyanos no eran griegos, sino asiáticos, orientales, los propios de las demás ciudades de Anatolia, la actual Turquía. 
Hay señales de guerra en el nivel de Troya VI/VIIA. Y da la impresión de que la batalla fue perdida por los troyanos. En uno de los megara de la ciudadela se han encontrado 15 proyectiles de catapulta. El acopio de tales proyectiles da a entender un ambiente prebélico. Si los troyanos hubieran ganado la guerra, los hubieran retirado de allí. No así los vencedores extranjeros. 
Por otro lado, en la ciudadela apenas se han hallado restos de armas. Ello induce a pensar que la batalla y la capitulación se fraguó en la muralla de la ciudad baja. El asalto contra la acrópolis ya hemos visto que era una misión prácticamente imposible. 
En 1.995 el equipo dirigido por Manfred Korfmann encontró un sello hitita posiblemente del siglo XII AEC. En el interior de Troya VI, lo que reforzó la sospecha de que Troya era una ciudad subsidiaria del reino hitita, del que Troya no está lejos. Este hecho daba nueva luz a documentos hititas conocidos desde tiempo atrás. Se conocía el Contrato de Alaksandu en el que se menciona la ciudad de Vilusa/Vilio. Fue firmado por Muwatalli II (1.290-1.272 AEC.) con Alaksandu, otro nombre de Paris, hijo de Príamo, quien habría establecido una relación de vasallaje con el reino hitita. No es difícil asimilar Vilio a la Ilión helena. 
Un nuevo argumento en favor del nexo Troya-reino hitita lo proporciona el aspecto ideológico. Se han descubierto en Troya VI hasta 13 estelas con inscripciones, cuatro de ellas todavía in situ en la puerta meridional de la ciudad. Como nosotros solíamos colocar cruces de piedra a la entrada de los caminos a nuestras ciudades en la Edad Media, en que éramos muy religiosos, los troyanos colocaban estelas hititas, con divinidades protectoras de la ciudad. El dios Apaliunas de Hatussa, venerado en estas estelas, podría ser el mismo dios de Troya, el futuro Apolo griego. Homero en la Ilíada hace de Apolo el dios troyano por excelencia. El Contrato de Alaksandu menciona asimismo a este dios. 
Las investigaciones más recientes mencionadas indican que Troya VI se destruyó posiblemente a causa de un terremoto, mientras que Troya VII-a lo fue por una derrota militar. Ello hace que Troya VII-a sea la candidata más firma a la Troya homérica. 
Desgraciadamente, las conclusiones no pueden ser más concretas, ya que la construcción de los Templos y edificios griegos y romanos destruyeron las capas más cercanas a la superficie y ésas eran justamente las de la Troya contemporánea con Micenas. La parte norte de Troya VI y VII-a quedó destruida por estas construcciones. 
Sólo en la parte sur se nos ha conservado algo de esta fase de la ciudad. 
Nos falta conocer la suerte de Troya posterior a la Troya de Homero.  

Troya VII
Troya VII-A
Maqueta de Troya VII. 

El complejo palaciego de Troya VI fue destruido probablemente por un violento terremoto hacia 1300 a. C., si bien algunos investigadores se inclinan por datar su final hacia 1250 a. C.
Su inmediata reconstrucción en la sucesiva fase de Troya VII-A ha planteado el interrogante de cuál de las dos ciudades fue la Ilión homérica. Carl Blegen rechazó la tesis de Dörpfeld que apuntaba a la fortaleza micénica de Troya VI —probablemente destruida por un terremoto y no por un incendio— y se inclinó por el asentamiento de Troya VII A, donde existe un espeso estrato de cenizas y restos carbonizados que puede datarse hacia el 1200 a. C. Entre los vestigios hallados en este estrato figuran restos de esqueletos, armas, depósitos de guijarros —que podrían tratarse de municiones para disparar con honda— e, interpretada por algunos como muy significativa, la tumba de una niña, cubierta con una serie de vasijas de provisiones, indicio de un enterramiento urgente a causa de un asedio.
Además, la fecha de su fin no se aleja mucho de las dataciones que fijaron en la Antigüedad Eratóstenes (1184 a. C.) y Timeo (1194 a. C.), entre otros. Por todo ello, algunos eruditos señalan que la «ciudad de Príamo» se corresponde con Troya VII-A, a pesar de la indudable inferioridad artística y arquitectónica que la distingue de la precedente.
Troya VII-B-1
En el sucesivo nivel de Troya VII-B-1 (1200 aprox.-1100 a. C.) se han encontrado restos de una cerámica bárbara que no se hacía con torno sino a mano y con una arcilla tosca. Por hallazgos similares que se han encontrado en otras zonas se ha supuesto que en esta época se asentó un pueblo extranjero procedente de los Balcanes. Además, la urbe muestra una gran acumulación de terreno quemado, hasta 1 m, de grandes y repetidas perturbaciones, que no interrumpieron la continuidad de la vida en la ciudad, donde las murallas y viviendas fueron preservadas. De ello se ha deducido que durante esta época se produjeron al menos dos incendios y uno de ellos produjo el final de esta ciudad. 

Troya VII-B-2
El signo más evidente de un componente nuevo en el orden social y cultural está representado en el nivel de Troya VII-B-2 (1100-1020 a. C.) por la cerámica llamada knobbed ware (aunque también han aparecido restos de cerámica similares a la de la etapa anterior e incluso unos pocos restos de cerámica micénica) con decorativas protuberancias en forma de cuernos, difundida ya en los Balcanes y probablemente herencia de gentes recién llegadas, infiltradas pacíficamente en la región o bien producto de intercambios culturales entre Troya y otras regiones extranjeras. También la técnica de construcción varía sensiblemente con murallas reforzadas en las hiladas inferiores con monumentales ortostatos.
En 1995 fue hallado un documento escrito en este estrato consistente en un sello de bronce donde aparecen signos de un sistema de escritura del idioma luvita denominado luvioglífico. Fue descifrado en su sentido especial, encontrando que en una de sus caras contiene la palabra escriba, en el reverso la palabra mujer y, a ambos lados, el signo bueno. Por todo ello se ha supuesto que el dueño del sello debió ser un funcionario oficial. Troya VII-B-2 cayó a causa de un incendio debido probablemente a causas naturales.
Troya VII-B-3
La diferenciación de este estrato con el anterior se debe al arqueólogo Manfred Korfmann, que defiende que tras el fin de la anterior ciudad hubo a continuación otra colonia que debe distinguirse de la anterior, caracterizada por la utilización de cerámica protogeométrica y que desapareció en torno a 950 a. C., quedando a continuación el lugar casi deshabitado hasta el año 750 a. C. o 700 a. C. Frente a ello, Dieter Hertel cree que ya los griegos se establecieron en Troya desde el fin de Troya VII-B-2. 

Troya VIII
La historia de Troya en la época griega antigua no se remonta mucho más allá del siglo VII a. C., igual que ocurre con los otros numerosos testimonios del área noroccidental del Asia Menor y de la propia Bizancio. Durante unos 250 años, entre 950 a. C. y el 700 a. C., la colina de Hisarlik debió permanecer casi deshabitada, aunque algunos autores como el ya mencionado Dieter Hertel defienden lo contrario.
En Troya VIII aparece una floreciente actividad arquitectónica, sobre todo religiosa: el primer gran edificio de culto de la época descubierto, el llamado témenos (recinto) superior, conserva aún en el centro un solemne altar y otro, de la época de Augusto, en el lado occidental. Sigue el témenos inferior, con dos altares, quizá para sacrificios a dos divinidades, ambas desconocidas. El santuario de Atenea, cuyo origen podría remontarse al siglo IX a. C., fue convertido en un gran templo, de riguroso orden dórico, en el siglo III a. C. Para ello, y para la construcción de la stoa, se demolieron algunos edificios de la acrópolis de épocas anteriores.
Algunos arqueólogos sitúan en el siglo III a. C. el inicio de Troya IX, en discrepancia con la cronología propuesta por Manfred Korfmann. 

La Troya helénica, Troya VIII.
Nótese que los helenos no dotan a Troya de murallas. Los helenos fruto de la colonización son comerciantes, no guerreros. Son marinos, no son conquistadores. Se basan en la buena aceptación por parte de los naturales, de los aborígenes, comercian con ellos, por regla general no precisan murallas.
Hemos dicho que Roma conquista la Hélade. Y remodela Troya, añadiendo nuevos templos y su indispensable teatro, aunque ya había un teatro heleno. Pero el romano es mayor. Construyen un Foro en la parte más alta de la colina y al hacerlo inmolan sin saberlo los cimientos de gran parte de la ciudadela homérica.  

Troya IX
Troya IX (Ilium Novum, o Nueva Ilión) fue la ciudad romana surgida tras la destrucción de Troya VIII por parte de Fimbria, uno de los hombres de Cayo Mario (86 a. C.-85 a. C.) La gens Iulia, Julio César y, con mayor amplitud, Augusto, enriquecieron la ciudad de Troya con templos y palacios, y ampliaron el templo de Atenea, que fue rodeado de monumentales columnatas (de 80 m de lado), y provisto de un imponente propileo. Este asentamiento romano se extiende en parte por la llanura que queda al pie de la colina, mientras que la acrópolis mantiene su carácter de lugar destinado al culto con el templo de Atenea. De esta fase se conservan algunos lienzos de muralla, las termas, el bouleterión, un teatro y algunas viviendas.
El odeón romano de Troya IX, renovado en época del emperador Adriano en el 124 d. C. 

Tampoco los romanos dotan a Troya de grandes murallas, ¿para qué? ¿Qué vecino de los alrededores va a osar meterse con Roma? La Troya perecerá por consunción, por abandono generalizado, no por conquista ni por asedio. Es la diferencia entre una ciudad abierta y una ciudad amurallada. 
Una ciudad diseñada en tiempos tormentosos nace amurallada. Una ciudad muy antigua está situada, como Dios manda, en lo alto de una colina y por definición nace amurallada. Con el tiempo, sus murallas de madera y palos pasan a serlo de piedra y hierro, porque la orografía y el entorno lo están pidiendo. Hay ciudades que nacen en momentos de bonanza. 
La Troya romana parece que fue una de éstas. Tampoco demos mucha importancia al hecho de tener imponentes murallas o no tenerlas en absoluto. Unas y otras caen cuando alguien, con suficiente empeño, se propone que caigan. Que se lo digan a Constantinopla.
Un vistazo al teatro romano, del que sólo se conservan las 4 hileras inferiores de asientos y la parte inferior de la escena. No hay que preocuparse, porque nos vamos a cansar de ver teatros griegos mucho mejor conservados, como el de Epidauro.
El teatro romano de Troya. 

Troya X
Korfmann denominó así al estrato de los escasos restos que pertenecen al periodo bizantino, entre los siglos XIII y XIV, en el que Troya fue una pequeña sede episcopal. Estos habían sido ya descubiertos por Schliemann y Dörpfeld.
Troya X dominada por Bizancio, se ha añadido a la clasificación de Dörpfeld.
Ocupan los mahometanos la región y fundan la ciudad de Ciplak, que en 1,500 ya está abandonada. Desde entonces hasta finales del siglo XIX, como ya dijimos, margaritas y conejos por el épico entorno. Un resumen de lo explicado siguiendo al autor del artículo viene en el siguiente gráfico.

Extra sobre Troya
En la revista National Geographic Historia, número 2. En ella, el Dr. Óscar Ramírez, investigador de la Universidad Complutense, expone un resumen de la situación actual de las investigaciones en torno a Troya que merece la pena ser divulgado. Al mismo tiempo, añadiré alguna anécdota que no está expuesta en relatos anteriores. 
Citado por el investigador de la Complutense es el hecho de que realmente no fue Schliemann el primero que excavó en Troya y defendió que Troya estaba sobre la colina de la actual Hissarlik. Aunque hasta ese momento se había considerado que Troya era sólo una obra literaria, a mediados del siglo XVIII ya un escritor defendió que Troya había existido, aunque no llegó a localizarla. Otro autor de finales del siglo XVIII afinó más y dedujo, erróneamente, que Troya estaba en un lugar que nunca estuvo. Pero ya había un lugar candidato a asiento de la Troya homérica. A mediados del siglo XIX, en 1.863 otro autor inglés dedujo que Hissarlik era el lugar de la antigua Troya: Tenía razón, sabemos hoy. Él no tenía pruebas y para conseguirlas se fue a Turquía y se fue a ver a la persona más entendida en la antigua Troade, Frank Calvert., cónsul de Estados Unidos e Inglaterra en la zona. 
Frank Calvert había apostado por esa localización errónea y se fue a visitarla con el Director del Museo Británico. Sobre el lugar se convenció de que no era correcta la hipótesis y entonces se fijó en Hissarlik, el lugar exacto. El Director del Museo hizo un plan con Calvert para que iniciara excavaciones en Hissarlik por cuenta del Museo Británico, pero los fondos, 100 libras de las de entonces,  no llegaron nunca. Clavert, convencido de la bondad de sus deducciones, y puesto que una misión alemana había descubierto el fiasco de la localización incorrecta, decidió pasar a la acción y, como Evans en Creta, compró de su bolsillo la parte sur de la colonia de Hissarlik e hizo unas catas en su terreno. Descubrió restos del Templo de Atenea, en la Troya griega, muros de la Troya helenística, el bastión noroeste y parte de la muralla de Troya VI, además de llegar a niveles de la Edad del Bronce. Esto sucedía en 1.865. A Calvert se le acabó el dinero y se paró. 
Por aquel tiempo Schliemann tenía su entusiasmo, pero aún no había oído hablar de Hissarlik. Fue en 1.871 cuando Schliemann metió la pala en Troya y se hizo un nombre para el futuro. Lo que parece indicar que "poderosos caballero es don dinero", que se decía en esta tierra en la postguerra. 
Bien, ya tenemos a Schliemann, casado con la hermosa Sophia Kastrommenos, encontrando lo que luego se llamará Troya II y que Mél tomó por la Troya homérica. Máxime cuando halló un tesoro, al que bautizó como "el Tesoro de Príamo". El hecho es que sus excavadores descubrieron  el escondrijo donde estaban las joyas. 
Schliemasnn supo que las autoridades turcas sabían que habían aparecido joyas. y, antes de que las autoridades se las reclamaran, encargó a su esposa que tomara el primer medio de transporte que encontrara hacia Grecia y se llevara las joyas en su necessaire. Dicho y hecho. Las joyas salieron de Turquía y llegaron a Europa. Turquía la puso una multa a Schliemann, multa que Henrich pagó sin demora, amén de entregar a Turquía algunas joyas del "tesoro", y asunto arreglado. 
Pero el tesoro de Príamo era muy grande, constaba de casi 9.000 piezas, algunas muy pequeñas, es cierto. Y Schliemann repitió la operación del avión para sacarlo casi entero. Al final de su vida, Schliemann donó el tesoro a su país, Alemania. Unas 1.500 piezas, seleccionadas como las más valiosas, se encerraron en tres cofres que se guardaron en los sótanos del Museo de Berlín, el Berlín que iba a caer en manos rusas al final de la segunda Guerra Mundial. Ya hemos comentado que los tres cofres, con lo mejor del "Tesoro de Príamo" desaparecieron tras la guerra y en 50 años nunca más se supo. Estaban en Rusia, of course
Ahora falta saber quién se quedará con el "Tesoro" que no fue de Príamo, si las autoridades de Turquía, porque Troya estuvo allí, los herederos de Schliemann, porque sin él nunca hubiera aparecido el tesoro, o las de Rusia, porque... ya tienen el "Tesoro". 
La foto que conoceremos gracias al citado artículo dio la vuelta al mundo a finales del siglo XIX. No era para menos. 
La esposa de Schliemann, Sophia Kastrommenos, ataviada con las joyas del "Tesoro de Príamo".



Conocemos algunas joyas, las diademas. Veamos un pendiente, que Sophia Kastrommenos lleva encima del collar.
Pendiente de oro, una de las joyas halladas por Schliemann.
Para captar la magnitud del tesoro, nada mejor que un dibujo que hizo el propio Schliemann de una parte principal del mismo.   
"Tesoro de Príamo" según un grabado del siglo XIX. Piezas halladas en Troya II, no en la de Príamo. Dibujo siguiente.

Indica el autor del artículo que fue el prestigio de Homero y lo divulgado de su obra los factores que empujaron la arqueología e hizo posible el descubrimiento de Troya. Y eso es incuestionable. Grecia, porque Troya se liga a Grecia gracias a Homero, y Egipto han sido dos países que han seducido a Occidente. Ejercen sobre nosotros una especie de fascinación, bien por sus hazañas pasadas bien por su actualidad tan dispar. En Grecia uno se siente con facilidad inmerso en una época 2.000 ó 2.500 años atrás. Y no por sus habitantes, sino por los recuerdos que se conservan. No he estado en Egipto, pero tengo la sensación de que allí sucede lo mismo y será gracias a sus habitantes y a los recuerdos que encierra.
Tras las últimas excavaciones llevadas a cabo en Troya por el equipo multidisciplinar dirigido por el Profesor Manfred Korfmann, de quien extrajimos gran parte de los primeros relatos, las cosa se han aclarado considerablemente y la secuencia de hallazgos se compone de 4 fases. 
1ª. De 1.871 a 1.890, año en que muere de un ataque en Nápoles, Schliemann descubre Troya y encuentra todos los niveles y el "Tesoro de Príamo" en el nivel de Troya II, que toma por la ciudad cantada por Homero. Troya II tenía 100 metros de diámetro, realmente era la ciudadela de la Troya homérica.
2ª. A continuación, su ayudante Dörpfeld prosigue las excavaciones y encuentra una muralla mucho más impresionante, la de una ciudad de 550 metros de diámetro, 5 de espesor y 8 de altura. La muralla disponía de torres y puertas. Las casas de la ciudadela tenían forma de trapecios adaptándose al entorno circular de la ciudadela. La descripción y la admiración de Homero encajaban con lo descubierto como Troya VI y la cerámica descubierta, con el mundo micénico. Dörpfeld establece los 9 niveles que caracterizarán a cada Troya a lo largo del tiempo. Troya VI habría sucumbido de manera violenta, lo que le hizo pensar que el misterio de Troya había dejado de serlo.
3ª. Cuarenta años más tarde, Carl Blegen estudia el terreno de manera más científica y precisa. Demuestra que el fin de la ciudadela no fue por destrucción humana, sino por un terremoto y que fue reconstruida inmediatamente, siendo ahora Troya VIIa, mucho menos espectacular que la Troya VI anterior. Las casas no eran lujosas, sino más bien cabañas o barracones. Unos pequeños restos de violencia callejera, una calavera aplastada por una piedra y una punta de flecha, le llevaron a afirmar que había sido realidad la guerra de Troya. Sin embargo, todavía había recalcitrantes que se negaban a aceptar la historicidad de la guerra de Troya.
4ª. Tan recientemente como en 1.988, y como ya hemos repetido, el último acto tiene lugar con el Profesor Korfmann, quien encuentra la ciudad baja de Troya, con lo que multiplica por 10 el área de la ciudad, que pasa a tener en total unos 270.000 metros cuadrados y albergaba a unas 10.000 personas, una ciudad imponente en toda la Anatolia. Aparece una muralla de adobe y un foso defensivo a 400 metros de la ciudadela y otro 100 metros más lejos. 
Como consecuencia de sus hallazgos, Korfmann puede mantener que la ciudad de Troya era una ciudad-estado anatólica, en modo alguna griega ni micénica, cabeza de su región, centro económico importante, tanto para el comercio marino como el terrestre. Es difícil definir a qué se debió el fin de esta Troya., debido a los escasos indicios de violencia guerrera. Pudo ser tal vez la combinación de actividad guerrera junto con un terremoto. De modo que cabe esperar que investigadores futuros nos reserven nuevas sorpresas, que conoceremos nosotros o nuestros nietos.
Conozcamos una nueva reconstrucción de Troya VI, con gran seguridad la precedente y rica ciudad de la Troya de Príamo. En lo alto, la inexpugnable ciudadela. Bajo ella, la ciudad baja, de casas de adobe y dotada de una muralla algo inferior. Un primer foso protegía las murallas e impedía la llegada de carros de combate enemigos. Las puertas de la ciudad baja más alejadas de la ciudadela están defendidas por empalizadas, como se puede ver.  
Este repaso de la Historia de Troya ha sido posible principalmente, además de las revistas y obras  citadas, gracias a los trabajos y divulgación de las siguientes personas:
Manfred Korfmann, doctor en Prehistoria por la Univesidad de Tubinga, jefe del equipo que ha excavado en Troya desde 1.988 y ha dado un cambio fundamental a la historia de Troya al incluir la ciudad baja en el conjunto de la Troya homérica. Autor del artículo de la revista Néolithique, Troya y las ciudades de la Edad del Bronce. Traducido del alemán al francés por Charlotta Scheich. Revista Dossiers d´Archeologie.
Michael Siebler, arqueólogo, y Franco Montanari, filólogo, autores del magnífico artículo Troya, crónicas de un descubrimiento, revista Arqueo, nº 8, que hace referencia a los hallazgos realzados por M. Korfmann.

Próximo Capítulo: La construcción en la antigua Grecia



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